Al principio existían el caos y la noche, la fiebre y el vértigo. Cuenta la historia que la vida nació en lo oscuro. Sucedió sin ninguna luz que alentara la propagación del milagro. En esa oscuridad sin prodigios, la vida se fue recamando de fulgor, librándose del barro ciego y del insomnio torpe y ganó en hondura, en fiereza, en la merecida posesión de su brutalidad, hasta que se abrió al caos y a la noche de Aristófanes.
Al principio fue la noche con sus precursoras manos sin propósito, con su solemnidad pagana y con su ternura infinita. Luego fue la noche de los poetas. Más tarde, quizá ayer mismo, se escuchaba a Frank Sinatra cantarle al vértigo del mundo. Su voz acunando el miedo del tiempo. Ese timbre suyo como un pájaro seguro de sí mismo haciendo del vuelo un prodigio. He subido a la azotea de mi casa y he escuchado una de esas canciones de Sinatra que te hacen sentir que el mundo está bien hecho.
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