A la vida la manejan mil dolores pequeños. Nada me incumbe del último.
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Está la noche entregada a mis vicios y yo la miro y me centro en los suyos. Vamos los dos descabalados en el estrago de las horas. Temiendo que la luz nos aclare el engaño y descubramos a pie de cama, en un verso suelto, en un tejado que pasea un gato, los restos del amor que nos ha ido escoltando hacia el sueño.
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Sentí que me invadían las algas. Creí que era un personaje de Lovecraft. Temí que me viese Kafka y me mandase a consolar a Samsa. Temí que Humbert Humbert me dijera que mató a Lolita y la tiene en un jardín de una casa que ha alquilado a las afueras y en donde, entre el llanto y la satisfacción de la venganza, escribe una novela.
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No creo en la derecha del Padre. No creo en los hombres de Harrelson. No creo en la supremacía blanca. No creo en los verbos irregulares. No creo en el bebop. No creo en los lunes. No creo en la banda ancha. No creo en los prólogo muy largos. No creo en la música dodecafónica. No creo en el cha cha cha. No creo en el salón de los pasos perdidos. No creo en la Sorbana. No creo en la luna. Sobre todo no creo en los lunes
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