Celebrar la filosofía es festejar la propia vida y el gozo de cuestionarnos su existencia o el gozo de pensar los porqués que la sustentan o la justifican. Todo en ella, en la filosofía, es gozo puro. El pensamiento es una fiesta privada de la que nunca se sale indemne. Toda la historia de la humanidad es una especie de resaca de esa fiesta interior. Cada una posee la suya. Las hay trascendentes y las hay huérfanas de trascendencia, pero no hay nadie que no posea un filósofo dentro. No es necesaria la certidumbre de que esa propiedad sea nuestra, basta con ejercerla, con someterlo todo al discurrimiento. Es la perplejidad por vivir la que hace que sigamos en la brecha y no nos hayamos echado a dormir. Nacemos y morimos perplejos, perplejos y lúcidos en mayor o menor medida. Nos creemos las cosas y, al tiempo, somos los mayores incrédulos. Esgrimimos la fe como arma y, a la vez, nos zafamos de ella, la arrumbamos, deseamos que no nos acompañe, ni nos tutele. Sentimos que es bueno dudar de todo y no conceder ninguna certeza, pero también bajamos los brazos y dejamos que se nos persuada, sin ofrecer resistencia, permitiendo que la razón flaquee o desaparezca abierta y visiblemente. Somos esas dos contrarias cosas. Es la filosofía la que nos mantiene en pie, la que no nos ha permitido caer, rendirnos, abdicar, conceder ningún patrimonio ganado, ningún hallazgo alcanzado, ninguna montaña escalada. Celebramos hoy (en realidad fue ayer su Día) la filosofía en tiempos duros, en una época en la que pensar es un privilegio, por más que sea ésta la sociedad de la información, cuando debiera ser la sociedad del pensamiento. No hemos ahí aún, vamos despacio hacia esa altura moral o estética o intelectual. Pensar siempre estuvo mal mirado por algunos.
No sé si darme una respuesta sencilla y consolar mi tribulación o darle cuerda al mecanismo de la incertidumbre o de la perplejidad y dejar que la tristeza responda por mí. Porque no hay con qué cerrar el hecho ya incuestionable de que la Filosofía no va a ser asunto de interés en los planes de estudio. La LOMCE, malhadada y torpe ella, ya la redujo a un mero atributo ornamental hace unos años. La nueva ley (me niego a aprender cómo se llama, ya mismo vendrá otra que la reemplace) ha sustraído la poca sustancia curricular que le quedaba. No son malos tiempos para la lírica, siempre lo fueron, sino los peores para el pensamiento: lo han apartado, han saqueado la parte de la inteligencia que cuestiona la realidad. Será que no desean que se piense más de la cuenta, no vaya a ser que no convengan las respuestas o vaya a ser que la cabeza, al embotarse de esas grandes preguntas.
Todavía hay quien rebaja la importancia del pensamiento y retira o adelgaza los planes de estudio en los que brilla la filosofía. La misma historia de las religiones son ramificaciones de la historia de la filosofía. La misma religión es una extensión metafórica de la filosofía. O una rama de la literatura fantástica, como propugnó Borges. No hay nada que hayamos hecho o que podamos hacer que no provenga de ella. Ni la misma ciencia, la que nos catapulta al futuro, la que nos asiste en comodidades y en protección, se escapa de su influjo. La misma literatura está impregnada de ella. Tú y yo, lector cercano, somos los agasajados hoy, los protagonistas del día, por ayer, aunque no tengamos idea de que la fiesta va por cuenta nuestra y lo que se celebra es el triunfo de nuestra voluntad, la victoria del hombre por encima de todas las circunstancias que lo han cercado, herido o derribado. Seguimos en pie, estamos de fiesta, nos sigue perteneciendo la palabra.
Construimos la cultura, somos nosotros los albañiles de ese edificio, es la filosofía la argamasa primordial, no hay otra, no es posible otra manera de contar las cosas. Nos iremos de cabeza al pozo, sea eso lo que cada uno imagine, cuando deje de prestigiarse la filosofía, cuando se la aparte, cuando se la considere superflua, vacua, dañina. Por desgracia ya ha empezado el apartamiento, la percepción de que algunos sospechan de que no conviene que pensemos mucho o de que pensemos en voz alta y nos entusiasme saber que pensamos o que sólo pensando es posible elevar la cumbre de los días y dormir cuando irrumpe la noche con la mente limpia y el trabajo hecho. En mi escuela, el año que viene, pondremos frases de filósofos por los pasillos, llenaremos las paredes con sus caras, haremos que los alumnos pronuncien sus nombres, sepan qué dijeron, aprecien su sacrificio, el trabajo que nos regalaron. A ver si podemos, no sé si podrá ser, hay mucho festejo idiota y poco tiempo entre tanta burocracia, pero esa es otra cuestión y hoy no es el día internacional de la burocracia, ni el día internacionales de las cosas inútiles que nos mandan hacer en la escuela, seguro que le ponen fecha y nos hacen levantar actas y firmar con pompa los papeles resultantes, ay. Vamos al viernes. Filosofen hoy. Cada uno a su antojadizo capricho.
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