"El odio es, de lejos, el placer más duradero. Los hombres aman a la carrera, pero odian sin prisa"
Lord Byron
K. tiene a veces la ocurrencia de contarme qué ha soñado. Lo hace sin retraso, por miedo a que la realidad borre la ficción. Luego, una vez se ha explayado a su gusto, descansa. Se le ve feliz, sabe que no se perderá, que le daré asiento a su relato. Anoche soñó con un compañero de la infancia, soñó con J.J., (me parece que podría ser M. o A., qué más da, un niño ruso incrustado en la España de los setenta, me ha dicho. "Es un sueño en el que ha estado a punto de pasar algo terrible, Emilio. Te lo voy a contar. Nunca he odiado. Nada hizo que yo recurriera al odio. Nada malo que me haya sucedido me ha llegado tan hondo como para alojarlo y dejar que madure ahí adentro. A lo sumo, he manifestado mi ira, la he verbalizado o la he convertido en un gesto o en varios. Debe ser raro que no haya nada que odiar. Tendría que probar. Igual el odio curte. De pequeño, es posible que odiara a J.J., del que no sé nada hace cuarenta años, tal vez. De haber podido, si se hubiesen dado otras circunstancias, lo hubiese odiado.
Creo que es mejor odiar a alguien que cogerlo del cuello, zarandearlo y revolcarlo en el patio del colegio, sin que te importe estar a la vista de los maestros y de los compañeros y que tu madre acabe en un despacho para que se le informe del animal que tiene por hijo. De pequeño, fui un animal contemplativo. Porque no odié a J.J.: aún mereciéndolo, no lo hice. Que recuerde, me reprimía. El odio es como el amor. Lo dice Lord Byron. Tal vez incluso sea más duradero. Se ama o se odia atropelladamente. El hecho de que todavía me acuerde de J.J. le da la razón a Lord Byron, ahora que lo pienso. Habré olvidado a otros compañeros de clase, incluso a los amigos de entonces, con los que compartí juegos y confidencias, pero él perdura, ha logrado mantenerse a flote en el proceloso mar de la memoria. Está ahí, aunque no le haya echado el ojo durante mucho tiempo, pero ha bastado pensar en el odio y acudir él, como si pudiera retomar la trama de la infancia, la que no cerré, la que no convertí en una pelea seria en el patio o a la puerta del colegio. Permanece en la memoria porque no le rompí las gafas o porque él no me rompió las mías. Se olvida lo que se zanja, lo que se cierra. Hay libros que decides no continuar y afloran de vez en cuando en tu cabeza, parece que pidieran ser retomados y no continuar en ese limbo de las cosas inacabadas. A J.J. le pasa eso. Debí pegarle una buena tunda de palos o debí odiarlo sinceramente hasta que, llegado el momento, el odio se manifestara como he visto en otros muchas veces, pero uno no es así, por desgracia, creo que por desgracia, funciona de otra manera. O me educaron bien o mi voluntad, que rehúye tradicionalmente de los enfrentamientos, decidió no involucrarse, no bajar al campo de batalla, no romperle la cara a J.J.
Es tan poderoso el odio que ni siquiera recuerdo lo que lo animó, qué hubo tan terrible que lograra activarlo. Por más que me esfuerce, no logro esculcar el daño causado, el que no fue derribado por los años y perduró secretamente, como una semilla oscura, como un deseo que no ha sido realizado. El odio es uno de esos deseos que nunca hemos cumplido. Es, de lejos, como dice el poeta romántico, el placer más duradero. Los otros se desvanecen, se degradan o incluso desaparecen abruptamente, pero el odio hace casa en el alma, la conquista y la hace suya, aunque no se exhiba mucho, ni se aprecie que mora en ella, larvado y a la espera. Lo bueno es que no tengo ni idea de cómo sería hoy en día J.J.. En mil novecientos setenta y tantos, J.J. era delgado y con cara de niño pobre de la extinta Unión Soviética. Me ha salido esto de la Unión Soviética por una película que vi. Eran soldados arrojados los de la película: un ejercicio titánico de resistencia ante el enemigo, que no pudo desarmarlo sin el concurso de un espía. Suele pasar . J.J. era un niño ruso incrustado en la España de los setenta, un niño ruso en un patio de un colegio. Me pregunto si él habrá soñado alguna vez conmigo. Si ha fabulado la posibilidad de que yo lo tumbara a palos o siga pensando en él, maquinando el cierre de la afrenta que me hizo, igual fueron muchas, igual ninguna ha sanado. Hay cosas que uno no gobierna. La cabeza es un instrumento del mal, el corazón es un cazador solitario, que dijo otra en una novela que leí hace mucho tiempo"
Adenda: en ese patio, que era un campo de fútbol reglamentario también, jugaron los tres, K., J.J. y un servidor. Al fondo se ve la pared y las escaleras construidas en ella para acceder al patio principal del colegio, en el que también jugábamos al fútbol. No sé ahora qué uso se le da. Hace tiempo que no me paso por allí, tampoco ha habido ocasión para que nadie me cuente. No recuerdo que nos visitaran obispos, pero no lo descarto. A mi colegio de ahora vino uno que irritó hasta al claustro feligrés, en el que no me cuento)
Fotografía sin autor reconocido. Es el campo de fútbol de San Eulogio, usado en clases de Educación Física por el colegio Fray Albino. Por esas escaleras bajé durante muchos años. En ese campo aparte de mi vida cualquier vocación deportiva.
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