A veces los pájaros acuden si los llamo,
vienen en bandadas,
se atropellan en el alféizar de la ventana,
miran qué hago, parece que preguntaran,
observan los libros encima de la mesa,
incluso creo que escuchan el teléfono
cuando suena y el jazz suave
los anima a volar un poco a lo loco,
pero en realidad no hay trama
más allá de la impresión poética,
no acuden si los llamo,
están convidados por el azar,
están sin que yo intermedie en ese prodigio.
En otro modo de entenderlo todo,
nosotros somos los pájaros,
acudimos si nos llaman,
vamos en tropel, a ciegas,
sin cuidar el gesto, atropellándonos.
Ahí observamos qué hay detrás,
si la cosecha o tan solo la semilla,
si el final severo o el entusiasta acto de inicio.
Lo que importa es la trama, está dicho,
construir la memoria, tenerla a mano,
conferirle el rango de libro y abrirlo
en cuanto se nos ocurra, consultar,
trazar un mapa, ver qué podemos hacer
para que no sintamos el peso del mundo,
que no es amor, hace tiempo que no es amor,
lo fue, estuvo ahí el amor,
codiciando amantes, copulando sin brida
al modo en que lo hace la lluvia
cuando lame el aire,
invisible, puro, gozoso y alto.
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