La espina de la rosa dura más que la rosa precaria. El hueso persevera en su condición de hueso más que el cuerpo en la de su leve carne. El infinito es una caricia que prevalece sobre otra y hace cuenta sin aflicción. Como el pájaro que bajo el leve cielo se cree encendido de infinito. Como el poeta cuando resuelve un verso en el que ha estado ocupado desde que reconoció el infinito del alfabeto. Hay días en que la velocidad nos precipita en el silencio, que es el preámbulo de las cenizas, la resuelta playa en la que el mar muere sin estrépito. Como el corazón en el que la sangre exige la ceniza. Como el árbol que sabe de los demás árboles y padece con ellos la dura comisión del aire y del viento. El cielo empieza en la boca de todos los muertos del mundo. Es el caedizo apresto del fuego, que se extravía más tarde en la ceniza, pero no hay que desalentar el ánimo, ni comprometer el azar de la razón cuando irrumpe y nos escribe los renglones del texto como si no pudiéramos desvestir al ángel de su presencia para que sea lo que nuestros ojos anhelan. Lo vivido es una línea en el libro de la memoria del universo, "sólo sube un vago polvo y un perfume. / ¿Acaso será la poesía?".
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