Están por venir los días del frío, los días a los que no le aplicamos esmero alguno, los días sin resplandor, los vacíos, los tristes, los días de Bill Evans en una habitación de la planta de arriba, tocando el piano sin que nadie lo escuche, pero saber que Evans está arriba,
en casa, tosiendo como si pugnara todo su embebido cuerpo en vaciarse, bebiendo whisky directamente de la botella, sin protocolo ni hielo, buscando en el paisaje que le ofrece una ventana muy grande árboles, árboles grandes, nubes tocadas de tragedia. La pieza que toca puede llamarse Tree. Me sigue pareciendo inquietante que una pieza instrumental pueda llamarse de una forma o de otra. Que se llame Tree o se llame Aspecto número tres o I fall in love too easily. Aceptamos el título, lo integramos en la melodía. No tenemos la misma voluntad con el frío. No le permitimos ninguna excentricidad. El frío carece de ceremonias. A Evans le subimos un sandwich frío de pollo, pero no lo toma. No le hace aprecio siquiera. Estoy en un estado de inclusión, dice. Hace días que apenas habla. Está flaco, está nervioso. Parece un recluso. Tiene tabaco para un par de temas. Dirá que le traigamos un paquete. Le costará pedirlo, pero le pueden las ganas. El humo pesa en el aire. Lo embrumece todo. Cuesta verlo a veces en su banqueta frente al piano. Lo primero que ves son sus gafas negras de pasta. Gruesas. Dan la impresión de que tiran de su cara y la deforman. Bill Evans es un poeta con gruesas gafas de pasta. Se ha dejado barba. La tiene descuidada. Agreste, de loco la barba. El pelo, largo, un poco hippie. Ya no es un caballero pulcro. Ha dejado de cuidar la indumentaria. Tiene los dedos de fumar amarillos y los dientes festejan el arcoíris sucio de la nicotina. Ni las palabras cuida. La voz temblona como si lo que se dice no pujara y todo concierna al miedo. El jazz es una cárcel. Él es el preso, él es la jaula. Mañana es posible que el frío sea lo único de lo que hablemos. Hoy hace calor. Suena el vals para Debbie. La sobrina favorita del jazz. La llevó a la playa. Probablemente no se bañaran. Verían el mar. Haría frío. Le está doliendo otra vez el alma. Morirá de úlcera, escribirán en las necrológicas, tendrá rotos los pulmones, se oirán partirse los huesos, astillarse el corazón, pero morirá de frío. Le dejaremos irse tranquilo. Habrá sufrido mucho. Abriremos las ventanas para que entre el paisaje en la habitación.
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