Uno escribe especulativamente, no se impone el mapa de una trama, sino que avanza en ella como el hipotético lector a la que se destina. Tiene su misma ignorancia, confía en el mismo arrullo de inspiración. Los dos han sido convocados por la misma invisible autoridad. Se cree que leer es una actividad de más sencillo desempeño que escribir, pero ambas concitan un halo común. El escritor cree dar con un hilo favorable y tira de él hasta que lo acaba. En ocasiones, basta ese hilo. Otras, por incomparecencia de hilos anejos, recurre a la poco vigorosa idea de que uno solo de esos hilos cuente. El lector se vale de ese pequeño milagro también. Es indistinguible el hecho de leer del de escribir. Soy Nabokov al leer a Nabokov. No sabría hacer lo que él hace, pero habrá un momento en que los dos hayamos mirado a Lolita con los mismos ojos. La retorcida historia de amor de Humbert Humbert la hemos pensado nosotros, surge de nuestra cabeza. Lolita es una invención nuestra. Cuando hemos cerrado el libro, al saber concluida la novela, esa propiedad se desvanece.
1 comentario:
Habría que preguntarse si es una historia de amor, o es una historia de obsesión.
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