Por temor o por pudor, uno a veces aplaza lo que importa. No porque no sepa acometerlo, no por algo ajeno que nos cohíba, ni siquiera porque la voluntad no alcance. Se aplaza, se deja para después, por el placer de ir pensándolo, de darle un cuerpo dentro de la cabeza. Por hacer durar el deseo que lo anima. Como la madre que planea un futuro para el hijo que lleva y fantasea con los ojos que va a tener o con la voz con la que dirá las primeras palabras. Se aplaza la felicidad tal vez para conjeturar sin apremios qué pueda traer; para no despreciar, más por ignorancia que por otra cosa, los placeres que nos ofrece. Se disfruta más con los preliminares, oye uno decir. En el fondo es el miedo el que hace que actuemos así. El miedo a que no compense el esfuerzo. El miedo a que el hijo no sea el esperado o que su voz no nos emocione o que sus ojos nos miren sin mirarnos. No sé qué cosas estoy aplazando. Algunas habrá. Se tiene la idea de que no hay problema en eso, en no pensar, en dejar a un lado esas obligaciones morales o lúdicas o sociales. O se las ingenia uno para que no duela o duela de un modo tan suave que no alarme, ni se tenga conciencia de que algo nos rebaja. Leí un poema que refería la dificultad del poeta en conseguir que lo volcado en los versos finalmente se impusiese a la nada de la que procedía. Y venía a decir que el poema ya estaba. Solo faltaba llamarlo. La idea de un lugar en donde todo está almacenado, tutelado, confinado a expensas de que se extraiga me incomoda, me hace pensar en que no haya azar. Sin el azar, sin el asombro, sin la sensación de que algo que no se ha previsto incline a un lado o a otro la balanza de los días, me siento desamparado, comido por la tristeza, impelido a resignarme en ella. Yo estoy todavía intentado encontrar ese poema. Hay días en que lo atisbo, en que vislumbro una brizna de lo que quiero expresar y el apero de palabras con el que airearlo y hacer que se imponga a la realidad. Como la madre que ya ve al hijo antes de alumbrarlo y lo imagina noble y bonito, manejándose con buenos modales y encontrando su lugar en el mundo. Como el día que deshace la intendencia de la noche y creemos manso y dúctil, concernido milagrosamente a escuchar nuestros requerimientos. Hoy no será ninguno de esos días propicios. Está gris ahora, aunque luego el sol haga su trabajo y cueste andar por la acera sin que alguna sombra nos cobije. Tal vez en ella, en lo que da, encontremos el inicio del verso primero que abra el anhelado poema.
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