Una poética
A la mecánica celeste no la comisiona de halagos la razón, no la asiste de gozo la ciencia, no la alumbra de júbilos el dios de los hombres. La mecánica celeste es el objeto puro del sueño de todos los poetas. Todos son teólogos. No hay poeta que no guarde un mapa del laberinto, ninguno que le haya hecho salir de él. No hay dios que no tenga al menos un poeta que lo sublime y haga que, en el prodigio de la escritura, se rinda con minucioso y fatigado afán su catálogo asombroso de causas y azares. La poesía es un instrumento de la divinidad. La religión, un género literario. La literatura lo impregna todo. Vivir es una novelización de la nada hacia la nada. O si se quiere, por arrimar una vía trascendente, de la nada al misterio. Es ese misterio de lo que estamos hechos. Si el poeta cierra los ojos, Dios es ciego; si Él los cierra, el poeta muere. Todo lo que existe es fuego, es ceniza, es fulgor de un milagro que se desvanece al contemplarse, al pensar en su anatomía, en los motivos para que irrumpa. No los tendrá, no los tiene, nunca los tuvo. De ahí que permanezca.
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