2.9.23

Breviario de vidas excéntricas/ 46 / Wendy III

Wendy ya está madura, un joven poeta sarraceno la ronda con versos cada noche, le besa el aura, la conmina a que deponga cualquier resquemor, le cree ninfa húmida en un soneto, la ve Eco sin Narciso. Un clarinetista bielorruso que le dio la mano al mismísimo Stravinsky le ha compuesto una pieza delicadísima en la que se escucha crujir el musgo de los tejados de su casa natalicia cuando el viento tiene fe en sus dientes de nácar. Wendy bebe a morro con un exégeta de la obra pía de Santa Rosa de Viterbo que le canta canciones de Jacques Brel. Un astronauta zurdo la corteja vestido de gondolero por videoconferencia. Un sacristán reprobado por su parroquia por mirar con impropio desatino los escotes de las feligresas le pide que viaje con él a Roma para que el Papa se conmueva y le escriba un documento exculpatorio.. Un joven taxidermista del Bajo Ampurdán aficionado a las literaturas germánicas medievales la lleva a congresos estivales en un Cadillac Seville que compró a una estrella del hip hop. Wendy ya está madura. Un arponero septuagenario de la isla de Thule aficionado a la numismática soviética la lleva a congresos estivales y la corteja en los intermedios de las grandes óperas que se representan en las ciudades portuarias. Wendy ama los pasajes bíblicos en los que colisionan imperios y la sangre del incesto rivaliza con los milagros de la nueva Jerusalén celestial. Wendy ya está en edad de ser cubierta por efebos dionisíacos. Los dispone en filas. Ocupan un campo de fútbol abandonado a las afueras de una ciudad industrial de la cuenca del Rhin. Algunos, entusiasmados por el ejercicio lúbrico, retoman la fila nada más abandonarla. No les importa esperar un día completo. Nadie conversa mientras esperan. Si alguien hace algún comentario improcedente, se le conmina a que abandone. Hay quien ha visto crecer su barba, quien ha caído enfermo por hambre o por melancolía. Un obispo luterano la ha elegido para la conversión a la fe de los espíritus más enconadamente reacios a la gracia de la divinidad. Un tractorista con un máster en agrimensura babilónica la pasea por las calles de su infancia mientras unos jóvenes músicos tocan polkas vienesas. Wendy acaba de iniciarse en los rudimentos de la metafísica. Un bufón de la corte de Felipe III el Piadoso se la presenta a la reina María Margarita de Austria que de inmediato la introduce en las intrigas palatinas para que proteja a su primogénito varón de las malandanzas y lo curta en el arte de seducir a las hijas casaderas de las monarquías europeas. Wendy contempla de cerca el ojo de un caballo. Cree ver en esa hondura ancestral la geometría de las tormentas, la perfección del silencio que precedió a la fundación de los cielos, la lluvia incesante en los prados de la glauca tierra primeriza.




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