En época de guerra a los alimentos se les llama víveres. y las carreteras son corredores humanitarios. Es lo que tiene el lenguaje: que se adapta a las circunstancias. En cuanto las circunstancias se ponen bravas viene un pelotón de fusileros y asedia una ciudad, interrumpe el suministro de agua, dinamita los servidores de electricidad y convierte las avenidas en caminos de escombros. No les importa la cuenta de muertos, ni el fuego, ni el aire mezclado con la ceniza. No hablan para no tener que justificar la barbarie, callan porque el silencio es una manera de disculparse, si es que esas mentes pudieran albergar un gesto de disculpa. Estamos al tanto de esa iconografía blasfema. Gente pendenciera que disfraza su pendencia de nacionalismo o de libros de fe o de acciones de bolsa. Gente que recorre las aceras, vigila los edificios todavía en pie y derriba con mira telescópica, en plan videojuego, a los desavisados que sobreviven y esperan que el azar les permita encontrar víveres o una fuente de agua o un camastro bajo un techo o alguien con quien hablar de su casa, que ya no existe, o de su alma, que ya no siente.
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1 comentario:
Impresionante reflexión sobre nuestra percepción de la realidad, manipulada por quienes ponen trampas al lenguaje. Y cómo, cuando lo vemos con perspectiva, todo tiene un aspecto distinto, a veces cruel, a veces tierno.
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