7.10.22

Una alquimia

 No saber qué hacer cuando no se escribe , no tener paliativo, no aducir cansancio, ni siquiera colar la idea de que la musa se ha fugado o que de cuando en cuando conviene un receso, una especie de vacaciones de uno mismo, que es escritor enfermizamente, que se cree roto o huérfano o triste o tal vez esas tres cosas a la vez cuando pasa un día y no da con una frase desde la que armar otra y otra hasta que el texto acabe, si es que lo hace. Hay algunos que no lo hacen nunca: están en la cabeza y salen cuando no se les espera. Un escritor es alguien que se plagia a sí mismo. Tengo un amigo que escribe y tiene periodos de infertilidad como casi todos los que escribimos. Cuando le sobreviene la pájara, M. nada o corre o monta en bicicleta o pasea. Le da al cuerpo la autoría de sus ficciones. El mío no nada ni corre ni monta en bicicleta. A lo sumo, pasea. El hecho de pasear es un preámbulo de la escritura. Uno va anotando cosas que dan para empezar algo. Al principio es una frase. Puede estar hasta enteramente armada. Lo que derrota cualquier posible prestigio de caminar es que una circunstancia insólita (o una familiar que no se ha visto en detalle) tiene la facultad de interrumpirlo. Creo no haber caminado jamás movido únicamente por la voluntad de desplazarme. Todos los movimientos suceden antes en la cabeza: el cuerpo es un actor secundario. Toda la memoria es una formulación de esa idea de lo estático. A veces refrenda lo que gesta la imaginación, pero no es fiable nunca. Hay países en los que he estado sin haber puesto un pie en ellos. Pero sigue la escritura. Ocupa lo que la realidad en ocasiones no consigue. Por oír la luz la boca estraga su latido. Por reparar el dolor el corazón se desoye. Una sinestesia orgánica. Una alquimia. A M. anoche se le ocurrió no escribir y leer más: un Borges convencido. Tal vez lleve razón. Que escribir no sea algo de lo que pueda uno jactarse. Que probablemente acabe cobrando algún peaje. Que no tenga otra utilidad que la de distraerse, no la de entender ni la de guiar, sino la de entenderse o guiarse. Esa pequeña contribución a la felicidad. 


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