12.12.21

Jazz dominical

 


De la foto, de la que no sé nada, sólo reconozco a Eric Dolphy y a John Coltrane, pero son accesorios. Podrían ser perfectos anónimos, músicos sin un nombre en una portada de un disco. Lo que me fascina es la luz. Una vez un amigo me dijo que el jazz es en blanco y negro. El sonido no tiene color cuando se le escucha, pudo agregar. Se puede escuchar jazz sin abrir los ojos en ningún momento, a la manera en que mi amigo M. escuchaba a Bach, en una especie de trance en la que la mirada miraba hacia adentro, pienso ahora. La música, si se le presta ese protocolo, gana en intimidad. A estas alturas uno ha aprendido que es la intimidad la que nos salva del caos y de la barbarie. Puestos a ser más radical, es la belleza la que nos hace mejores personas. La función del arte, la primordial, entre muchas respetables, es la de hacernos creer que la vida es maravillosa. Por eso gustan las películas de Frank Capra o los discos de Dizzy Gillespie. John Coltrane cuenta la parte de la belleza que produce dolor. No el dolor que nos hiere, sino uno soportable, capaz de hacer que pensemos en el mundo y en lo que hacemos en él. No sé mi lugar en el mundo. Habrá alguno. No creo que sea escuchar jazz o ver cine negro o leer poesía española del Siglo de Oro. No son, al menos, únicamente ésas. Todas esas satisfacciones inmediatas que uno se procura, con las que se abastece, no bastan del todo, pero dan consuelo, hacen que todo cuadre un poco mejor o, en todo caso, hacen que no se desquicie más de la cuenta la cabeza, tan ocupada y tan exigida a veces. La cultura sirve para que podamos entender mejor a John Coltrane o a Frank Capra o a Luis de Góngora o a tu mujer o a tus hijos. Tampoco creo que podamos entrar en Coltrane, en Capra o en Góngora sin una experiencia previa. La cultura es esa experiencia previa con la que se abren mejor las experiencias nuevas. Después de escuchar horas de bebop, soy capaz de reconocer que no sé absolutamente nada de él, y sin embargo, a pesar del bagaje, acudo a él con mansedumbre, con la impresión de que hay cosas de las que todavía no he tenido conocimiento alguno o que hay sensaciones con las que cuento a diario y sin las que no puedo pasar y de las que sé poco o incluso no sé nada. Es esa precariedad de la que hablo. La luz de la fotografía en la que Coltrane y Dolphy tocan My favourite things o Naima hace que en la cabeza empiece a sonar la música. Son cosas extrañas éstas que cuento. Cuánto más extrañas sean, con más soltura las cuento. Hoy el domingo ha amanecido con una solicitud: la de que suene jazz en casa. No fue nada más empezar el día, sino hace muy poco. Lo escucho mientras tecleo. Creo que se percibe la luz en las palabras, el sonido en los huecos que dejan.  


No hay comentarios:

Rembrandt es una catedral

  A la belleza también se le debe respeto. La juventud de la fotografía, que ignora que a sus espaldas se exhibe  Ronda de noche , el inmort...