17.5.20
El veneno es el futuro
La realidad está llena de circunstancias disuasorias. Uno se arrima a un propósito y a poco que se aplica en su desempeño encuentra razones que lo censuran o se engolosina antojadizamente con otro. Esta zozobra proviene de la velocidad con la que nos manejamos en el trasegar de los días. Nos echamos atrás porque el deseo que prevalece es el de acaparar más de lo que podemos. De ahí la sensación de agobio puro. En cierto modo, valdría rescindir las obligaciones que voluntariamente o no nos hemos adjudicado. Dar algunas por irrelevantes, haber que pierdan el apresto con el que se convocaron. Concentrarse en pocas. Entregarse con fruición en ellas. Encontrar en esa pequeña alteración de la rutina una costumbre nueva, la de amansarse y disfrutar de cada ocasión y de cada disciplina como si fuesen la única ocasión y la única disciplina. No pensar en nada que nos distraiga de esa empresa y, al darla por acabada, afanarse en dar con otra que la releve y nos procure una distracción distinta. Hablar por hablar, me dice K. Te evades pronto, piensas en qué harás cuando vuelvas a casa. Es posible que una vez en ella caigas en la cuenta de que te supo a poco el paseo, no fue regocijarte, no lo hiciste tuyo, te dejaste envenenar por planes posteriores. Así el domingo transcurre entre libros, discos, tareas domésticas, ideas sobre el futuro. El veneno es el futuro. El presente se adelgaza, pierde su fuelle tangible. El pasado es un añadido recusable. No siempre importa. El hoy tan frágil y el mañana tan evanescente y etéreo. Esta tarde me postro en el sillón de orejas y le concedo a la siesta la consideración más alta. Luego ya veremos.
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