10.5.20

Las nubes sublimes




Abordaron la cuestión de lo sublime.
Determinados objetos son sublimes por sí mismos, el estruendo de un torrente, las tinieblas profundas, un árbol abatido por la tempestad. Un carácter es bello cuando triunfa, sublime cuando lucha.
-Comprendo -dijo Bouvard-. Lo bello es bello, y lo sublime es lo sublime.
¿Cómo distinguirlos?
-Por medio del tacto, -respondió Pécuchet.

Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet (1881)

Hay escasa diferencia entre la belleza y su anverso. La mañana de hoy, por ejemplo, podría pasar por bella a ojos de quien así la perciba y, contrariamente, carente de belleza para el espíritu de una sensibilidad divergente. Que no haya consenso en ese dictamen procede de la educación estética de cada uno. Lo que se mira no se aviene a ninguna ortodoxia. Tampoco lo recordado, una vez el objeto desaparece y sólo cobra sentido en la memoria. Está el cielo de un gris deslumbrante, pero lo reclamado es el azul y el vigor despampanante de los colores en su danza loca por el aire. No hay discusión que pueda extenderse más allá de esa breve manifestación de la opinión. El escrutinio de la realidad es voluble y antojadizo. Si ahora terciara a llover, la escena adquiriría ese punto que separa lo hermoso de lo sublime, pero podríamos desdecirnos y de pronto reconocer que hace una mañana desapacible y condenar al gris de las nubes y a la inminencia tímida de la lluvia. Se puede argumentar que es el estado de ánimo el que administra esta vocación espiritual, de puro regocijo ante los primores de lo real. Se puede aducir que uno es siempre el mismo de modo obstinado y fiable. Para que yo disfrute de esta mañana fría y brumosa de domingo ha sido precisa la injerencia del azar. Él compone el texto de la trama. Pécuchet reclama paradójicamente el tacto para cerciorarse de la presencia de la belleza. Sabrá cómo hacer que esa herramienta discierna. Yo, menos creativa mente, acudo a la memoria. He sido conmovido por el gris y por la lluvia más veces que el resto, imagino. De ahí que recurra a mis recuerdos. Ellos tutelan el presente. De alguna forma, me instruyen para el logro del mañana. El hoy es extraño. Sucede sin que tengamos entera propiedad suya. A veces se precipita; otras, sin que haya evidencia de su gusto, se demora. De pronto ha empezado a llover. Me bajo. Además hace frío en la azotea. Las nubes están sublimes. 

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