8.5.20

Héroes

Uno no está para hazañas extraordinarias. Bastante se tiene con trasegar con la rutina que lo cierne. De ahí que se agradezca la existencia de gente que se envalentona y hace lo que no podríamos los menos instruidos (o arrojados). Al héroe se le tiene por el hacedor de milagros. Da igual que sean griegos clásicos o extraídos de las páginas de un cómic. No creo que podamos prescindir de ellos, como algunos creen. Alimentan nuestra imaginación, alientan cierto espíritu cívico. Una especie de justicia supraterrena. Quizá hayamos sido héroes sin saberlo. Haber contribuido con alguna acción inadvertida al beneficio de otro y haber puesto en riesgo algo nuestro que podría haberse perdido en la restitución de esa hazaña. Los niños tienen cien héroes en su cabeza. Doscientos. Se valen de ellos para curtir su cuota diaria de asombro. Hay que asombrarse, hay que tener esa predisposición a fascinarnos por las gesta. Es una palabra bonita, gesta. La de ahora es dura, está llevándose miles de vida, está arruinando millones, no sé manejar números, digo cifras sin pensarlas. La gesta de los héroes de la actualidad es particularmente extraordinaria también. No sabremos nunca agradecer que haya quien se ofrezca a llevarla a término. Da igual que sea una cajera en un supermercado o un médico en un quirófano. Cada uno con su pequeña o gran cuota de sacrificio, cada uno dando de sí lo que puede. Algunos han caído en esa entrega. Lo hemos visto. Les aplaudimos a las ocho. Yo acabo de hacerlo. No es una costumbre que en casa haya decaído. Vivimos de símbolos, de metáforas, de ritos.

Costará cambiar el imaginario heroico de los niños, pero el camino es el correcto. A los mayores se nos enturbia más el criterio que elige a unos héroes y desecha a otros. Conforme gana uno en edad, desoye esa llamada de la épica y se deja embrutecer por la realidad. En cierto modo, si no se ha malogrado demasiado la memoria, seguimos recurriendo a todos esos héroes que nos escoltaron en la infancia y que, en mayor o menor medida, no se han desvanecido del todo. A mí me sigue fascinando el Capitán Trueno o el Jabato. Hay vida fuera de la Marvel. Se agigantan los héroes a medida que nos separamos de ese patrón bastardo. Tan pronto uno se percata de la heroicidad instalada en la rutina diaria, descree de la ficción majestuosa de las espadas o de las capas. Mejor Luisa, la vecina del segundo, enfermera, que Batman, el de Gotham. Mejor Andrés, médico de la casa de enfrente, que Spiderman acorralando al Doctor Octopus en una azotea. El niño que ha pintado Banksy ha elegido a la enfermera. Ella tiene los poderes de los que carece el Capitán América o cualquier otro ciudadano embutido en unas mallas y facultado por la genética o por los dioses para combatir al mal. Banksy ha dejado de lado su lado áspero (su vena ácida) y ha dibujado el ideal metafórico, la posibilidad de que tengamos un nuevo dispensario de superhéroes. Es una señal. Vendrán otras. Al menos, una generación crecerá con otro patrón incrustado en su visión del mundo. No sabemos si la realidad hará que se arruine esta preciosa imagen y los años arrumben a la muñeca de la enfermera al sótano o al olvido, que es el peor sótano, el más oscuro.

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