23.5.20

Reseña de "Cuando nos creíamos poetas" de Xavi Nuez



Hay que hacerse grande. También se dice pasar página. La idea de ambas frases hechas (no tiene nada que ver lo que significan como conjunto a lo que dicen sus palabras por separado) es la misma: la de madurar. El nuevo disco de Xavi Nuez, tercero en solitario, exhibe esa madurez sobrevenida cuando tienes muchos discos a las espaldas y una edad en la que se observa la industria de la música desde una perspectiva más serena. Imagino que Xavi no tendrá un sonido propio todavía. No es cosa necesaria todavía. Quizá lo deseable sea que no lo tenga. Que vaya yendo aquí y allá. No lo tuvo mi admirado David Bowie, que experimentó hasta que él mismo fue también una probatura, un proyecto maravilloso de fácil acomodo a las nuevas tendencias y al influjo majestuoso de la música que los músicos escuchan. Con su cumpleaños, no pude felicitarle como debe ser, se me pasó, vino la puesta de largo en plataformas digitales de su emocionante nueva entrega. Cuando nos creíamos poetas no se parece a Historias varias o a La última estación, del que también traje aquí una pequeña reseña, pero comparten el mismo aliento entusiasta, idéntico encanto. Si eran discos eclécticos en estilos, delatando que Xavi Nuez es melómano y se exige hacer con sus canciones tributo a los géneros que le gustan, este nuevo álbum da un paso más, aporta esa madurez nombrada. De ahí que meta trompetas, violines, acordeón y hasta un inocente y vibrante coro infantil. No es el disco de una persona, sino el sueño de muchos. Hay muchas manos, mucha profesionalidad debajo. Mucho trabajo, imagino. Las canciones han adquirido una consistencia mayor. La parte pegadiza, la de radiofórmula, no censura que haya tramas más complejas en las melodías y texturas mucho más trabajadas. Es el fruto de la edad, cierta necesidad de cumplir un peaje sentimental, una especie de pago por el placer acumulado de tantos discos. Puestos a buscar semejanzas, en ese juego de buscar adherencias, ritmos y patrones ajenos, locual es legítimo, el disco es Bob Dylan (el folk, el eléctrico) y es The Waterboys. Hay reggae urbano (Ay Mitek Halic, con su encontradizo coro de estadio) y hay baladas (Un crit de llibertat, Mentre nena plorem al carrer, con una abrasadora armónica y su riff clásico). Abunda el rock desenfadado, esa es la cuna, ahí está el sedimento irrenunciable (Oh Diley, que no enojaría al Springsteen más comercial). El tempo lisérgico (al principio, luego se encabrita y adopta un tono de pop ochentero con su perfecto coro de niños) de Ya nada será igual cierra una obra honesta. Es mi favorita. Xavi Nuez da de sí lo que él mismo todo lo mejor que sabe. Como todos los discos, salvo los malos, precisa su decantación lenta. De hecho, en la segunda audición aprecias matices que pasan desapercibidos, acuden después y se asientan. Por último, convenir que la voz de Xavi está pletórica. Gusta mucho o cuesta aceptar ese roto vocal que impregna cada pequeña línea. Tiene autenticidad; tiene el timbre perdurable: la reconoces al momento. Ojalá (es mi deseo) llegue alto y llegue lejos. Merecimientos tiene ya de sobra. No es un nuevo fichaje. Está curtido, ha madurado. Es bueno creer que se ha sido poeta. Lo somos todos sin que intervenga la voluntad de serlo. La música es la que sale ganando. Por favor, denle un ratito.

1 comentario:

José Luis dijo...

No sabemos tantas cosas, hay tanto talento oculto, que agrada encontrar una reseña que hable de lo que se suele escuchar, Emilio. Voy al Spoti del tirón, como dices tú. Gracias.

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