6.5.20
Distancias
Siempre hubo distancia social. La implementada jurídicamente ahora tan sólo eleva su rango e instaura la figura del delito caso de que se incumpla. Siempre pensé que en una democracia debemos conducirnos por la obediencia a las normas y hacer pesar más el delito que el pecado. Es la vieja discusión sobre si hacemos el bien por temor a la admonición divina o a la sanción legislativa. Por lo demás, nada que no hayamos hecho antes, cada uno a su antojadizo y soberano capricho, se ha cuidado de acercarse con cautela a los otros. No hablo sólo de lo físico, que en estos momentos se antoja asunto capital, si queremos cuidarnos y no enfermar, sino también lo moral. La distancia social tiene una extensión ética. Hay personas de las que uno debe separarse. Por conveniencia estética o intelectual o sentimental o todas esos matices juntos, entremezclados. Siempre habrá gente a la que se le aplique esa distancia profiláctica. El contagio estuvo ahí, como el dinosaurio de Monterroso. A lo que no nos acostumbraremos es a que convenga apartarse de las personas convenientes. Hay tantas y se hace tan necesario que se nos arrimen o acudir nosotros a su cercanía. La distancia es un concepto asintomático y asimétrico, dos adjetivos que campan con ceremoniosa soltura por las charlas del tema pandémico. No se nos tiene por infectados, pero hay que precaverse contra la duda de que podamos estarlo. A la reversa, no pensamos que el otro padezca la enfermedad, pero no sobra la cautela, no vaya a ser que nuestra confianza (o dejadez) nos pase severa factura. Cuando regresemos a la normalidad (la nueva o la reformada o la de antes sin mudanza visible) habrá una época de tanteo, aunque más pronto que tarde retiremos la observancia de esas normas sanitarias y nos rompamos a besos y a abrazos en la parte física. La otra, la moral, es más difícil de contener. Las palabras tienen un veneno doméstico, uno al que el virus no alcanza, del que no tiene plan de derribo. Lo paradójico es que ni la intimidad respeta. Las palabras se corrompen, se tienen a mano las broncas, todas las que no tienen la instrucción de construir, las perversas, las combativas. Así que tenemos más de una distancia, no sólo la física. La distancia léxica ha de entrar en consideración. La reclusión nos ha envilecido, no sabemos si duraderamente o es posible que regresemos al trajín de antes, del que tampoco tenemos una opinión fiable.
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