7.3.20

Una caja de zapatos

Veces en que te ocupas de ti mismo como si fuese la primera vez y abres una caja de zapatos llena de fotos antiguas. Te reconoces en parte, tienes la seguridad de que eres tú, pero también la de que es otro el que de pronto ha irrumpido. Alguien de quien sabes probablemente más que nadie y, a la vez, de quien no podrías aseverar mucho, ni siquiera confirmar que algo de lo que ves continúe o se haya ido difuminando, desvaneciéndose en la bruma turbia del tiempo. Veces en que crees haber perdido la brújula, aunque te afanes (tú sabes cómo) en no perderte del todo y volver al de entonces, a cualquiera de los que ves en esas fotografías. Algunos te reclaman ese regreso con más ahínco, piden que mires atrás y no los olvides. No se sabe bien cuándo empezamos a mutar ni si habrá un punto de catarsis que nos sublime y cierre, no necesariamente la muerte, que es una estación invisible. Veces también en que encuentras refugio en esas imágenes. Te consuelan. El azar nos procura un asidero. Porque quién podría decir que todo estaba previsto y las líneas del texto escritas. Quién sabría la trama. Se nos precipita la vida sin que podamos intervenir a placer, haciendo concurrir el deseo y la esperanza juntamente. La caja de zapatos es un acta frágil de lo vivido. Las fotografías son episodios ajenos, da igual que entreveas algo íntimo y sepas de ellas más que el observador casual, el desavisado. Al cerrarla, crees empezar de nuevo, pero es la misma travesía, actúan los mismos intérpretes. No hay guion. No es nuestro.

1 comentario:

impersonem dijo...

¡Cuánta lucidez!

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