Reír es lo contrario de morir. A quien ríe se le concede un atributo del que carece el que no lo hace. No solo reír cuando es lo esperado, porque lo escuchado o lo visto pulse la risa, que está sola y anhela salir: reír como respirar, tener siempre a mano la risa, contar con ella y no pensar en si procede o sobra. No siempre sucede así, qué más quisiera uno, de ahí que admire al que ríe con colmo, al que no cuesta provocarle esa contracción festiva de los músculos. A R. le sale pronto la risa: no se precisa mucho para que aflore y se repita. Se muere uno con más morosidad si ríe. El humor es una terapia contra la muerte. Incluso entra en lo razonable no desprenderse de ella cuando la fatalidad nos cerca y lastima. Se nos ha educado a precavernos contra el risueño. Por no ser fiable, es posible. Por creer que es fingida la risa. Por cuidar de que la realidad no se tome a la ligera y se le dé carta de seriedad. Le conviene seriedad a la vida, esa consigna es común, la hemos oído muchas veces, hasta nos la hemos creído y actuado a instancias suyas. R. desoiría esa sanción moral, la de escudarnos contra ella y plantarle resistencia. Hay quien, riéndose, se tapa la boca, no vaya a ser que agrave el hecho ya pernicioso que delata. Quien la omite adrede, quien la rehúye y demoniza. Quien, al contrario, se descoyunta a la primera ocasión que se le presenta, desconcertantemente. Admiro esa voluntad alegre, me inquieta que alguien pueda contenerla y la amoneste, yo mismo, más veces de las necesarias. Reír es un ejercicio de honestidad y de valentía. También de felicidad, es obvio. Está la felicidad tan cara que deberíamos premiar la risa ajena con la irrupción sincera de la nuestra. De hecho, la risa contagia, se reproduce sin que concurse la voluntad del que la reprueba. Hoy he reído una vez. Ayer pensé en la risa al ver a la vera del rio Guadalquivir , una anotación en un banco que la festejaba. Me resultó divertido y serio que a alguien se le hubiese ocurrido afear el mobiliario urbano con una inscripción que la magnificara. Qué lírica ocurrencia. No debería borrarse, no esa, al menos. R. se reirá al leer esto, no habría hecho falta esmerarse en escribir algo gracioso que la sacase de su cobijo seguro. No ha habido esmero. Solo constato una evidencia. Ay.
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