Los amantes, Magritte
Nunca se prestigió el afecto, se le dio una consideración menor, incluso se le asignó la certeza de que era cosa de gente frágil. La sociedad viril y patriarcal era reacia a exhibir debilidades, no convenían, hacían ver que dentro de la coraza de acero había un alma pequeñita y sensible. Todavía hoy hay quien se reserva y no se exhibe, no da lugar a que alguien penetre en su interior y extraiga la parte sentimental. Hay que ser fuertes, no hay que flaquear, es más fácil sostenerse en pie si no se condesciende a la emoción. Hemos vivido en esa asepsia más tiempo de la cuenta. Lo de ahora es la constatación del mal que se ha sembrado por el mundo. No es que no nos queramos: lo relevante es callarlo, no dar pistas, evitar que nos etiqueten y vean en qué somos más humanos. Los besos tienen su protocolo y su liturgia. Los abrazos son de una elocuencia mayor que ninguna formulación verbal. Ojalá volvamos a la rutina y tengamos abrazos y besos aplazados cuando esto finalice. Porque tendrá que tener un fin. Entonces haremos una celebración adecuada del cuerpo. No solo nos hemos confinado en casa, sino que hemos encapsulado al cuerpo, le hemos retirado a la piel la función primaria para la que fue expresamente requerida, la de hacernos vibrar, la de sentir una punzada en el corazón cuando alguien nos rodea o nos besa o nos toca a su manera. Hay que dejarse tocar y hay que tocar a los demás. No es una invitación al amor libre, ni un delirio fogoso y lúbrico: es la sencilla necesidad de sentir que se nos ama y la de hacer ver a los otros que también nosotros amamos. El amor es el sacrificado. La soledad es el fin de este trayecto antiguo y largo. Lo del virus de los cojones, en su alarde de minuciosidad, tan pequeñito y cabrón como es, es una solicitud de pausa. Tenemos que pararnos a pensar qué estamos haciendo, a qué lugar queremos ir, qué cosas podemos sacrificar y cuáles de las que llevamos en las alforjas pueden ser retiradas o con qué podemos reemplazarlas. Así que no se contengan, esperen el momento oportuno y hagan un festín de afectos cuando levantan el toque de queda y podamos salir a la calle, llenar las terrazas, beber sin mesura, hablar de lo que hicimos ayer, cosas sin importancia, probablemente, pero no habrá asuntos de más trascendencia. Todo cobrará un color nuevo, sonará distinto, tendrá otro peso, hasta olerá de otra manera. El mundo se está reconfigurando. Es un formateo lo que tenemos entre manos. En poco tiempo (esperemos que sea poco tiempo) tendremos la maquinaria limpia y podremos recomenzar. Es un aviso. Habrá más, no crean que es un episodio casual. Ojalá aprendamos de él y salgamos curtidos, concienciados, convencidos de que los fuertes somos nosotros. Que el bicho perverso es una incidencia solventable y que la luz del sol brilla para que nosotros sintamos ese calor.
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