17.3.20

Una enseñanza

A cuentas de la reclusión, recogimiento es más lírico, hace uno balance de algunas cosas, las considera con la mesura de la que a veces carecemos y se reconcilia con la realidad, que de pronto se ha amansado. Es la lentitud la que ahora dicta su criterio, se han aplazado las prisas, estamos en un idílico estado de tranquilidad, aunque afuera el mundo siga girando y los problemas (los hay) se acumulen, a la espera de que se les haga frente una vez todo vuelva a la normalidad. No se tiene idea de cuándo pueda ser, ni saber una fecha zanje la cuestión fundamental: si volveremos más adelante a padecer un marasmo parecido, un caos similar. En la espera, hacemos acopio de buenas intenciones, pedimos (cada cual a quien desee) salud, paciencia también. A un amigo se le ha ocurrido hacer un diario de campaña. Anota ocurrencias que le van surgiendo, ideas que antes no surgían, hace literatura del desastre, lo cual es una forma inteligente y hermosa de hacer vida de la muerte. Porque hay gente que está enferma y gente que ha muerto, no paran de contárnoslo en los medios de comunicación. Hay una estadística despiadada de las bajas, un inventario tristísimo de los daños que la pandemia está produciendo. Lo escuchamos desde la (aparente) seguridad del hogar. Las casas son las nuevas trincheras. Salimos poco o nada y volvemos con prisa. Nos avituallamos en lo que podemos, algunos con más ardoroso empeño, desvalijando estanterías de los supermercados, llenando el frigorífico de la reserva con la que afrontar el expolio. Que haya gente que no tiene casa ni posibilidad de cargar el carro de la compra es terrible. Somos unos privilegiados los que podemos hacer ambas cosas, lo somos de un modo indiscutible. Cuando regresa la calma, quién duda que volverá, tendremos que pensar en la sociedad que tenemos. En si de verdad somos fuertes en la desgracia y las penurias nos curten. Ojalá salgamos robustecidos. En casa, la vida transcurre con monótona felicidad. Hay tiempo para no considerar ni siquiera su transcurso. Si se nos viene el techo encima, habrá que idear entretenimientos. Sobra gente que anima a leer. Si alguien no leía cuando todo iba bien no va a leer ahora que todo va mal, es mi conclusión, pero entra en lo razonable que la lectura irrumpa y reclute nuevos adeptos. También el cine o la música o charlar con la familia en la mesa camilla o mientras se recoge la cocina o se ordenan los armarios, que necesitaban un arreglo. De todo se puede extraer una enseñanza. A ver si esta experiencia hace que aprendamos algo. No sé exactamente en qué materia. La del corazón está a veces bajo mínimos.

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