26.2.20
Dibucedario de Ramón Besonías 2020 / 25 / Yo, Ramón / Todos
En condiciones normales, sobre la vida que tenemos o la que tuvimos, uno responde a lo que se le pregunta, se las ingenia a veces con soltura y dice de sí mismo verdades enteras o verdades a medias, ninguna que pueda ser enteramente satisfecha con el arrimo de la verosimilitud o de la certeza. En estos asuntos, hay que ser crédulo en lo que se nos confía, no debemos poner en duda el relato de pronto ofrecido, incluso si ese relato no es fiable, induce a pensar que lo ha animado un entusiasmo excesivo o ningún entusiasmo. De algunas de esas biografías se extrae la idea de que son maravillosamente falsas. El territorio de la infancia es dúctil y admite en su inventario los prodigios de los que carece la edad adulta. Hay épica y hay milagros. Uno puede luchar contra dragones o puede escapar de una banda de atracadores a través de un túnel en mitad de la noche. Como lo de los dragones no va a colar, decimos que era un jabalí furioso en una fronda del bosque, quién podría negar eso, no hubo testigos que lo nieguen o censuren. La banda de atracadores entra en un rango de cosas normales, pero tampoco alientan la veracidad, ni el que escucha la pide, pero prefiere la anomalía narrativo, ese irse por las ramas de la hipérbole, figura poética que conviene como ninguna a la memoria para que sea ameno y divertido lo que rescate e imponga a la realidad en el trayecto de la narración. La de Ramón podría cuadrar con cualquiera de las que se arroga la épica. Las mías con las suyas. Las tuyas. Éramos más que jóvenes, teníamos toda la vida por delante. Tanta vida había que no entraba en ningún cálculo nuestro hacer un cómputo, medirla, ejercer con ella una aritmética cruel. Por eso la cara de Ramón es nuestra: tiene trazos idénticos, está igual de descomprometida, igual de pura. Por fortuna, la impureza nos alcanza. La niñez es un estado encapsulado del tiempo: paradójicamente está afuera suya, no acata su escrutinio cruel de la realidad, aunque acabe triunfando, imponiendo su tiranía de causas y de azares, su esplendor también, su contrato maravilloso, su trampa dulcísima.
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