8.2.20

Dibucedario de Ramón Besonías 2020 / 22 / Nabokov




Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas; pero es la de encantador la que predomina y la que le hace ser un gran escritor.
Vladimir Nabokov

Uno miente porque no tiene un folio a mano en dónde registrar la ficción del engaño o porque, cuando lo tiene, no sabe bien cómo armar la trama de lo impostado, su asiento en el mundo. Se miente mejor si es un acceso espontáneo, si hacer concurrir la mentira anima la conversación o hace que quien nos escucha preste la atención que la verdad no alcanza. Se dicen mentiras para creerlas también un poco. Una mentira mantenida durante días hace que adquiera un rango de veracidad. En ocasiones uno también miente por ver la credulidad del que se expone al juego. Porque todo queda en juego, en imponer a la realidad una capa novedosa y batallar contra ella y hacer que no se salga siempre con la suya. Hay vidas tristes que precisan de la injerencia creativa de la mentira. Yo escribo para mentir menos, aunque creo que no se me nota enseguida que no voy a derechas o que lo que digo no cuadra con lo que soy. Se miente con más oficio cuando no nos conoce el que escucha. Escribir es un acto deliberado de terapia. La ficción es el territorio de la felicidad absoluta. Somos los que nunca podríamos ser, hacemos lo que nunca podríamos hacer, vamos donde nunca podríamos ir. La vida, a fin de cuentas, es un viaje extraño que elige compañeros extraños.
La verdad está sobrevalorada. Importa la calidad de la historia, no que podamos constatar su credibilidad, su conducto tautológico. A mi amigo K. le fascina que alguien que escriba pueda reglarse después por las convenciones habituales y se comprometa a no desvariar, a no caer en la frivolidad de mentir, de dar lo que no es dable. Decía mi amado Nabokov que la literatura no nació cuando un niño prehistórico gritó “el lobo, el lobo”, con un lobo gris enorme pisándole los talones, sino cuando un niño prehistórico - un neardenthal, dice Nabokov - gritó “el lobo, el lobo”, no habiendo ningún lobo cerca. Entre el lobo falso y el verdadero está la literatura, la ficción, la narrativa sobre la que se ha edificado toda la Historia de la Humanidad.
Sigo con el maestro. Sostenía que el niño que alertaba sobre la proximidad y el peligro del lobo fue el primer maestro, el primer escritor, el primer embaucador. Mentir (decir lo que no es, improvisar una premisa falsa para que se construya un relato) es además una máxima muy bien aplicada en esa Historia de la Humanidad. Todas las religiones han pensado si conviene más hacer que el lobo hinque el diente y devore al niño o que lo deje vivo y el niño fabule la verdad del lobo. Un lobo suyo, por supuesto, un lobo fantástico. Se elige el mal porque no nos agrada que se nos obligue a aceptar el bien. Eso lo dejó escrito Anthony Burguess en su fabulosa y apocalíptica La naranja mecánica. Mentir, además, tiene un maravilloso aire teatral. Al mentir se imposta la voz, se eligen con más esmero las palabras.
Hoy en día tendemos a confundir al creador con lo creado, al actor con la persona que le sirve de vehículo. Nabokov, mi amadísimo Nabokov, era, en esencia, un provocador. De haber publicado ahora sus novelas (Lolita, muy especialmente) se habría encontrado de frente con obstáculos que antes no existían. Lolita no es la ninfa inductora del pecado: es la víctima. Humbert Humbert es un delincuente moral, por más que lo estilice y vista con los ropajes del buen decir y de la sensibilidad más exquisita. Se puede ser sensible hasta el colapso sináptico y ser un perfecto cabrón. Qué habilidad la de Nabokov al administrar la cantidad de veneno que va dejando caer en los capítulos de la novela. La corrupción de su nínfula es la corrupción de una sociedad. Nabokov usa el material del que dispone: no le pertenece, solo lo extrae y exhibe a su antojadizo manera. Compone una radiografía nítida y procaz: la de la criatura perversa, la del monstruo absoluto. El problema adherido enfermizamente es cree que es Nabokov el perverso, el monstruo. No es tal: él únicamente constata el mal, se regodea en planificar la paulatina decadencia de sus protagonistas, el descenso al abismo. Mentir para contar la verdad, esa paradoja.

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