17.2.20

Confiar


Hay que confiar en alguien. Incluso cuando no haya nada en quien confiar. Es a partir de esa confianza desde donde uno puede sentir algo parecido a la armonía, a un cierto tipo de equilibrio que nos libera del caos y de andar errando, perdidos, sin asideros. Tampoco hacen falta muchos asideros. Uno o dos, a lo sumo. Está bien ir al descubierto, desplazándose por la cuerda del funambulista, percartarse de la hondura del abismo que se presenta bajo los pies y continuar sin vacilar, a sabiendas de que caer es una posibilidad, pero tenemos el asidero a mano, la confianza en que alguien (ya digo, una persona, un par) nos tenderá un puente. Se trata de no estar solos en el mundo, aunque lo estemos en el fondo, continuamente. Solos de un modo absoluto. Solos a pesar de que hayamos confiado en alguien.

Anoche vi un par de pájaros volar juntos durante un tramo de mi calle. Hicieron las mismas cabriolas y recortaron bruscamente en el mismo invisible mojón del aire. Los miré con rendida fascinación. No solo ya el hecho de volar, que es prodigioso siempre, sino ese desplazamiento armónico, puro, ofrecido al espectador avisado para que se recree en su formidable coreografía. No sé qué música le convedría a lo que vi anoche, pero hoy he vuelto a pensar en los pájaros, en la voluntad del instinto, en la querencia animal y es posible que también en la confianza que uno deposita en el otro para que no malogre el vuelo. No sé si nosotros los de aquí abajo poseemos esa confianza ciega en los demás y nos atrevemos a pasear de esa manera, con esa complicidad. Me pregunté si serían pájaros enamorados y que fuese el amor, ah el amor, el que los izaba y los comprometía a elaborar con tanta pulcritud el vuelo o simplemente era una actividad prosaica para ellos, sin ninguna marca que revelase una intención sentimental o artística o incluso circense. Y me pregunté si todos tenemos un pájaro con quien volar. Uno al menos. Y debe ser triste no tenerlo, salir a calle sin nadie nunca. No hace falta que sea la pareja, el amor de la vida o el amor de una parte de esa vida, en fin. Basta un buen amigo, ya saben. Me pregunté si todo este encabronamiento con el que nos levantamos los humanos a diario y nos hace ser retorcidos y buscar cómo hacerle la puñeta al prójimo de la forma más sutil o la más brusca no se curará con un poco de amor o con la ayuda inestimable de la amistad, como cantaban los Beatles, aunque nadie la cantó nunca como Joe Cocker en Woodstock por el 69.Y hoy pedimos que los malos de siempre tengan amigos en quien confiar, parejas a quienes contar qué les atormenta y permitir que la armonía les cruce el alma (o lo que tengan), les conforte y les rebaje la mala leche. Porque hay un montón de mala leche en el mundo y esta tarde de sábado se me ocurre que la música y el ingreso maravilloso del vuelo de unos pájaros podría desarmarlos a todos los que la sacan a pasear. La mala leche, digo...Creo que estoy perdiendo el tiempo.

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