2.2.20

Galería de Ramón Besonías 2020 / 20 / Tamara de Lempicka

Un amigo muy inclinado a nombrar pintores favoritos o cineastas favoritos o músicos favoritos a la menor oportunidad, aunque la rica nomenclatura no contribuyese a la conversación, dijo no conocer a Tamara de Lempicka cuando la nombré yo. De haber tenido entonces móviles con conexión a Internet (ese entonces al que me refiero no tenía ni internet) le habría enseñado algunos retratos de su hija Kizette o el autorretrato en el Bugatti. Sin hacer excesivo aprecio, lleva uno todas las pinacotecas del mundo en el bolsillo. Hoy abrí el móvil y busqué cuadros de esta señora rica, exquisita y cultivada cuyas cenizas fueron arrojadas por expreso deseo suyo al cráter de un volcán en México. Fuego al fuego, pudo haber dicho mientras el polvo gris de su existencia era danzado por el aire. Su vida fue flamígera, desde luego. Hizo la pintura más acorde a ella: aristócrata, excesiva, glamurosa, despreocupada, voluptuosa, enigmática, aburguesada. Tiene esa pintura una virtud únicamente al alcance de verdaderos genios: se la reconoce con absoluta inmediatez. No hace falta ser un iniciado, ni siquiera alguien que empieza a conocer estilos y trazos. De hecho Madonna (no se conoce que posea titulaciones, no se duda de que posea sensibilidad) se prendó de Tamara de Lempicka y tiene varios de sus cuadros en casa. También Jack Nicholson. Ninguno de los dos los presta para exposiciones. Son regocijo privado, qué le vamos a hacer. Al final siempre es privado ese esplendor, el del momento en que alguien mira un cuadro y no se despega de él, aunque lo haya dejado atrás y se haya aplicado en sus cosas. El cuadro está en su cabeza, no se ha marchado, dura ahí hasta que otro ocupa su lugar. Algo parecido pasa con la música (piezas que se incrustan de un modo intolerable a veces) o con películas (escenas repitiéndose sin cesar) o con la literatura (tramas que se confunden más tarde con la realidad, frases de las que no puede uno desembarazarse. Yo me parezco mucho a Madonna, ahora que lo pienso. No tengo conocimientos para adentrarme con solvencia en la pintura de esta señora, pero tengo sensibilidad para prendarme de sus colores y sus trazos. La recreación besoniana es maravillosa. Si en alguna ocasión me topo con mi viejo amigo (treinta años largos sin saber de él, no sabría ni cómo buscarlo) le volvería a nombrar a la Lempicka por ver si está al tanto y, aparte de ponernos al día, hablamos un rato sobre ella.

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