Vi un cisne en el estanque de la Casa de Cristal del Retiro tan a lo suyo, tan cabal y perfecto, con esa claridad sublime de lo inefable, que pensé en no atribuirle la sustancia del cisne, la propia y convertida en su porte y en su antigua prestancia, ni aceptar que el cisne fuese algo que se pudiese nombrar y hacerlo ingresar en la rueda de las palabras y en el vértigo de la memoria. Le sustraje su naturaleza más íntima. Le impuse al cisne una categoría mayor, eterna, ajena al tráfago de las cosas, de la que ni siquiera yo tendría intendencia y que acabaría desvanecida, ocupada en algo superior y de arduo manejo: la belleza. Fluía entonces, pues era fluir su tangible desempeño, para que yo ahora inexplicablemente escriba esto.
16.5.24
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