Qué van a ser cabos sueltos: están ensamblados, forman un corpus coherente, muestran un modo de sentir, hasta un festejo de la vida. La inclasificable obra de Benito Romero, filósofo y aforista desajustado, es una pieza anómala, un desahogo lúcido y también conmovedoramente humano de la sociedad en la que vivimos. Bosqueja un modelo de conducta, anticipa los que estén por venir, se subsume en un género al que todo le agrada: el de la ocurrencia súbita, el de la sublimación de la elipsis. Al autor le basta atender a lo que se oye por ahí, lo cual no es cosa extraordinaria, pero hay que saber cribar, partir la fruta y libar la semilla. Al que escribe se le supone esa sensibilidad, ese hacer de recipiente en el que se decante la vida. Pero lo verdaderamente asombroso es que toda la pulsión de ese arrimo de frugalidad y de honestidad nos sobrecoge, da a nuestra costumbre un nuevo sentido, casi como si la ristra portentosa de diálogos aquí vertidos fuesen pura ficción, cuando son de una verosimilitud limpia y elocuente, grácil y amena también.
Los cabos sueltos se han usado como argamasa, ese es su propósito. Benito Romero filtra con soberbio oficio los ingredientes de la ingesta, construye un alambique tan certero que no se podría cuestionar el licor trasegado. Su singularidad procede de esa vocación híbrida entre microrrelato y aforismo, no siendo ni lo uno ni lo otro, aunque alimentándose de ambos, creando un conglomerado orgánico, una especie de zambullida ecléctica en la misma literatura, que es la beneficiada cuando la labor ha sido acabada. La ubicuidad de su propuesta es también digna de mencionar. La trama de Cabos sueltos es indistinguible de la trama de cualquier libro al que se le dé la encomienda de compendiar lo real, de traducir su esencia. Dividido en dos secciones y cada una de ellas en tres más, el libro puede acogerse a una de las más nobles distinciones con la que agasajamos a lo literario: la de hacer durar lo efímero, la de mutar el aire a piedra. Lo escrito es extensión de lo hablado, la fluencia torrencial de emociones aquí registradas es (más que nada) un laborioso prontuario de vida.
Todo es nimio, pudiera pensarse. Nimio y frívolo. O nimio y sustancialmente normal. Pero no hay que dejarse engañar por la sencillez con la que esa nimiedad se construye: hay un trabajo titánico de pulcritud, de adecentamiento, de hacer que lo leve, en apariencia, remueva honduras y adquiera esa trascendencia usualmente concedida a una literatura de fuste más regio. Agrada que se haya apartado en este discurrir dialógico la intervención del autor como tamiz de lo escrito. El yo está intencionadamente sacrificado a beneficio de un volcado universal: son los demás los invitados a personarse, es el otro al que se le confía la restitución de lo real. A esa voluntad narrativa contribuye con sobrado empeño el humor. Se recurre a él porque todo puede ser conducido por su antigua y socarrona intendencia. Se las apaña solventemente en el recado de no dejar nada sin pespuntar, aunque el hilo sea invisible y nos pertenezca a todos. El carácter más notorio de esta suculenta prospección en lo más acendradamente humano proviene de lo lúdico. Qué divertido tuve que ser montar este entretenimiento, qué arduo también conseguir que el conjunto sea un todo armónico (lo es) y el lector se sienta privilegiado por la confidencia de estas historias o fragmentos de historias, que son las nuestras, las escuchadas o dichas, las que conforman la diaria rendición de nuestro estar en el mundo. Es ilusoria esa impresión de artificio juguetón. La precisión de estas miniaturas dialécticas es apabullante. No por su forma, que es la idónea y a la que Benito Romero concede el cuidado más esmerado, sino por su fondo.
La vida, de tan corta, no alcanza para atar cabos. Lo escribe Ricardo de la Fuente y Benito Romero lo recoge como cita inicial. Es ese sentido de provisionalidad la que alienta la obra. Sucede con lo que uno escucha que no siempre perdura: sucumbe en el tráfago de las cosas, decae o se amonesta su importancia. La función de un libro como este es la notarial, la ofrecida a modo de registro pulcro de lo que, en otras circunstancias o con otros intereses, no prosperaría. Sirva este texto para animar a quien desee participar en el festín de toda esa evanescente elocuencia. Encontrará personajes deliciosamente inverosímiles o espléndidamente normales, tendrá a niños que conversan con su madre sobre la pertinencia de algo que se les ocurre y la sentenciosa negación que reciben, a la adolescente que habla por el móvil en el tranvía y se preocupa de que su cabeza, de ordenada que está, no sabe gobernar las contradicciones de la vida, del padre que confiesa a su hijo el valor del onanismo en su infancia analógica, al universitario (hay muchos, todos muy convincentes) que aduce su mala memoria al "daño colateral fruto de la infancia traumática" que padeció, al que sostiene que la gente encabronada acabará "teniendo un hijo", a la que cree que la mierda con la que uno pringa también es asunto de Dios, al que razona que la embriaguez no precisa un concurso-oposición, al que declara dedicarse a "asfaltar las calles del sosiego", al que ocupa su existencia en ver televisión y dormir, el que saborea "con acendrada inquietud" su "absoluta falta de ideas", el que cree tener "un talento desaprovechado" por encestar "una bolita de Albal a dos metros de distancia", al que se alimenta de "faraónicas utopías" para guardar la línea, el del romántico que pide un baile al pragmático y recibe la confidencia de que es "más de follar", el que no soporta el mundo anti socrático que le ha tocado vivir, el que se compadece de quien ha cumplido la edad que él tenía "hace diez años", al que declara al mundo interior alucinógeno útil para desconectar, a los que se encienden apasionadamente al constatar que son capaces de bajar a la calle "a tirar la basura sin el móvil", al que reconoce haber sido un insensato y pecado al "beber café pasadas las seis de la tarde" y comido "un bombón relleno de coco", al del glande y el clítoris presumiendo de las miles de terminaciones nerviosas que tienen antes de declararse su amor, al que en una entrevista de trabajo se resume en la creencia de que fue "joven en un mundo que ya no existe", al que aduce que toda esa gente que encontramos proviene de no haberse fomentado el aborto suficientemente, al que le parece que fue ayer cuando pasó todo, al que decide no volver a ver alguien que se quedó "anclado en el pesimismo irresoluble de la escuela de Fráncort, al que el oftalmólogo le receta un retiro espiritual para curarle la irritación ocular por ver tanto mediocre...Hay con qué divertirse en este juguete entre lo dramático y lo jocoso. Qué es la vida si no.
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