En responderse cómo se muda la edad,
tarda uno un tiempo formidable
que bien valdría emplear en propósitos
de mayor hondura y de más noble fin.
Domeñar oleajes, varear el aire,
declamar sonetos, inventariar los vicios del alma,
pintar un friso de ciclámenes y jacintos,
vivir sin pesares ni presagios una vida de fábulas y
oro,
urdir pequeños prodigios que alivien la dureza de la
travesía,
asumir el fardo torpe del cuerpo,
escribir a la caída de la tarde un panegírico
alegre y frívolo que desoiga la crudeza del empeño.
Así afanar al pecho la dicha del loco corazón en su
tumulto de sangre.
Así convocar el numen de lo etéreo
mientras el vértigo y la fiebre coronan un risco
y anhelan agonizar en mi carne.
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