El cielo es un pájaro que se ha liberado. Yo manuscribo el temblor de las alas en el barro de las primeras lluvias. El vacío es herrumbre convencida de su levedad. No hay verdad en el caballo que se derrumba en la nieve. Ni verdad ni poema. Ni clausura, ni intemperie. Solo un corazón robado al vértigo. Contra la soledad de un cielo abandonado, el poeta urde el viento, maniobra aproximaciones sutilísimas para que la piel recobre la ingenuidad y se deje cortejar hasta que el hueso sea un enjambre y la miel codicie un pulso de aire o un atisbo de luz. He visto un sol respirando en los ojos de un perro. Un río de fuego en la hondura de la ceniza. El agua permanece y se sublima. Yo también permanezco y me sublimo. Prospero. Me izo. Canto. Doy con las palabras claras de mi fuente antigua. Al latir de la sombra le sucede un murmullo de otra. Se acoplan como amantes, se dan en la suprema contienda de los cuerpos, en su evanescencia, en su entera propiedad del tiempo. El amor es un pájaro que ha encontrado el sentido absoluto del vuelo, una palabra tramada en el corazón del aire.
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