Fui reclutado por las hordas bárbaras. La locura les había desencajado el rostro. Hablaban con los ojos cerrados, no tenían orejas. Me leyeron un decálogo de sangre. Antes de mí, otros; después, el mundo. Soñé que me rescataba un ejército. Entraron por un túnel angosto y secreto. De uno en uno. Con milagroso tesón, accedieron a mi mazmorra. Tardaron cien años. Al llegar, les leí el decálogo.
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