22.4.23

Sobre los libros

 


                                                  Ilustración de autor  desconocido 

UNA HISTORIA FUTURA


Por fortuna hay más libros que ratas o que pulgas o que hojas en los árboles o que chuscos en el campo. La suma de todas las nubes que han cubierto la bóveda del cielo desde que hubo cielo y hubo nubes no rivaliza con el número de libros que hay bajo ese cielo y esas nubes. 


En las casas abundan más los libros que cualquier otro objeto, incluyendo tenedores, latas de cerveza, botellas de leche, zapatos o macetas. 


Hay más bibliotecas que tiendas de moda o que semáforos o que tabernas. La suma de todos los vehículos a motor desperdigados por el mundo no rivaliza con el de librerías. 


Hay más escritores que usuarios de plataformas digitales o de eventos deportivos y los lectores igualan al de escritores. 


No hay lector que no ejerza la escritura. Ninguno que no desee editar a otros escritores. La edición es el honor mayor. Se tiende a que cada escritor edite sus propias obras. Hay escritores traducidos a todos los idiomas del mundo. Los que no han alcanzado esa difusión es por no haber encontrado traductores que les satisfagan enteramente. 


Un traductor puede ser, al tiempo, escritor y editor, sin menoscabo de su primera vocación, que es la de lector. No hay concursos literarios: nadie debe competir para que su creatividad literaria tenga el refrendo de un libro que la aloje y difunda. 


En las escuelas públicas no se dividen los tramos horarios en áreas. Hay un único tramo que responde al nombre de Lectura. En él cabe la pedagogía de la escritura, que es siempre insatisfactoria, pero imprescindible, y hasta de la edición o de la traducción. El rango primario de la enseñanza, en párvula edad, y el más avanzado, en el universitario, coinciden en único programa docente: la lectura. No hay hombre o mujer que no corone su instrucción educativa o lectora con un doctorado, nadie que no albergue la secreta esperanza de merecer la tutoría de un aula en la que verter su amor a los libros ni quien sienta la gratitud más honda al pertenecer a una de esas aulas. 


Ese hecho incontestable, el de aplicarse únicamente en la lectura voraz, no afecta a que se fomenten oficios del todo fundamentales como la medicina, la arquitectura, la abogacía o la construcción. Panaderos, agricultores, camareros y oficinistas ocupan orgullosamente puestos de importancia en la sociedad. Todos ejercen en la intimidad la labor literaria. 


El oficio de maestro es el más prestigiado en el orbe público. Son autoridad absoluta y hay hasta quien inclina la cabeza cuando se cruza con alguno de más notoria relevancia. 


En este estado de las cosas, se entiende que  existan gobiernos que promulguen las leyes y las hagan cumplir, que administren el ejercicio de la ciudadanía y sancionen a quienes lo vulneran. No hay nadie que delinca. No hay quien no haya alcanzado un oficio que le procure sustento ni quien desee más riqueza de la derivada de su desempeño. No hay envidia ni anhelo de medro insano. Se colige que el hurto, el crimen o cualquier manifestación de la maldad humana son figuras morales del pasado, no del armonioso ahora. 


De igual modo, no se precisa el concurso de la religión. La salvación está en los libros. El paraíso tiene la forma de una biblioteca. El que titubea y propende a incurrir en conductas delictivas es invitado a que lea un libro en el que se contendrá la profilaxis de su desviación. Hay un libro para cada roto del alma. Un lector lo espera infatigablemente. 


La entera humanidad es un infinito club de lectura. Hay familias que se reúnen en la mesa del desayuno y comparten la impresión que les causó el libro con el que conciliaron el sueño. 


En las familias no hay discordia que las malogren. Son instituciones sólidas. El tiempo que no emplean en leer se encomienda al cuidado de la casa, que podría confundirse con una biblioteca si no contuviera camas, sillas, mesas o armarios, elementos secundarios, pero a los que no se ha podido o querido dar un receso en su uso o una más determinativa cancelación. 


No hay escritor que se considere más útil que otro. Todos contribuyen a un bien mayor. No existe la crítica literaria, que es una enfermedad propia de lectores resentidos o envidiosos. Hay libros proverbiales y libros de fuste menor, pero cualquiera esparce su sagrada semilla de futuro. 


Del catálogo de festividades populares se retiró el que prestigiaba al libro. En un mundo libresco no cabe un día signado para festejar la presencia del libro. Cualquier ocasión es propicia para que cundan sus virtudes. Todas, tomadas con rigor, son extensiones fiables de su presencia, emanaciones sentimentales suyas. 


AHORA


Hoy mismo, que celebramos su heroicidad y su impecable hoja de servicios al progreso de lo humano, su belleza y su inteligencia, su hondura y su peso, habrá cientos de conmemoraciones y de lecturas, pero ninguna hará lo que el mismo libro procura cuando se abre y se adentra uno en sus páginas. 

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Hola Emilio Un placer el haber hallado tu blog
Desde Miami te escribo

Anónimo dijo...

Gracias

Leer, leer, leer

La cosa es si lo que yo entiendo por ser feliz lo comparte alguien de un modo absolutamente íntegro. No digo alguien que te ame, con quien f...