24.4.23

La soledad y las luciérnagas


Un estado extremo de cansancio depara una resaca extrema. Se padece hasta que un nuevo cansancio la clausura. Hay quien no tiene días libres entre cansancio y resaca, quien no sufre las idas ni las venidas, el viaje entre un dolor y otro. No es fácil que no se aprecie el roto. Se aplican a veces más medios en esconderlos que en sanarlos. Lo que importa es la apariencia, no la verdad. En donde nos esmeramos es en lo que se puede percibir a simple vista. Desatendemos el interior. Solo vamos de un cansancio a otro cansancio. Solo los interrumpe la resaca. No conviene enseñarse uno cuando está de resaca. Ni cuando se está muy cansado. De verdad que hay días que piden no pisar la calle, estar a recaudo, no dejarse ver, ni ver tampoco a nadie, como si no hubiese nada más en el mundo o nada que hubiese en el mundo mereciese que nosotros la viésemos, lo sintiéramos cerca y hasta nuestro. Pero eso fue ayer. El hoy es otro. Ahora el cansancio es distinto, la resaca es distinta. Luego está el vacío. No saber cómo ocuparlo. El problema del mundo es que no sabe qué hacer con el vacío. Hay en Japón un ministerio de la soledad. Pronto habrá gabinetes psicológicos en todos los grandes almacenes para vender la terapia contra ella. Se podrá pagar a plazos. Estamos solos, aunque un tumulto de gente nos rodee. Cuanta más gente, una soledad mayor. La conclusión no es esperanzadora: la soledad se lo comerá todo, el hombre acabará enfrentado finalmente al aplazado espejo al que ha evitado mirarse. Habrá unos pocos a salvo del desquicio de la contemplación. Se han visto muchas veces, han aprendido a sobrellevar el roto, los muchos rotos que la cara exhiba. Debajo de la cara, el alma. Al alma se le ha dado siempre una consideración alta, pero no se ha acotado su influjo, dado pautas para que sepamos congraciarnos con ella, trasegar con sus cosas, aplicarnos para que no se nos encrespa y aturda. Tal vez haga falta un ministerio mistérico, una especie de negociado metafísico. Tendremos que leer filosofía, tendremos que aprender a hacernos de nuevo las grandes preguntas, tendremos que bosquejar otra vez las grandes respuestas. Estarán dentro, no me imagino que haya que ir muy lejos para dar con ellas. Las tenemos en el interior, pero las hemos ido dando menoscabo, apartándolas ante la comisión de algún placer de la carne o algún beneficio de la sangre. La historia entera de las civilizaciones está trazada con esta idea: la del hombre inventando cosas para no sentirse solo, ni aburrido, ni triste. Schopenhauer dijo que la religión y las luciérnagas tienen de parecido que ambas precisan de la oscuridad para reinar. Hay días de mucho Schopenhauer. Días de luciérnaga ciega y cruda. La religión es una resaca dulce. La vida es un recurso con sus limites, no dura para siempre, hasta dura poco a veces. 

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