17.4.23

Elogio del ser

 




No creo que haya otro verbo con más fuste que el verbo "ser". Gana sin empezar siquiera a exhibir sus facultades. Hasta su mera exhibición fonética amedrenta: ser. Se dice con sencillez y soltura, se puede recalcar el sonido final, la erre que lo cierra, pero no hay quien lo haya resuelto satisfactoriamente. Los otros verbos (cantar, dormir, escindir, compaginar, obnubilar, pongo por caso, los primeros que se me ocurren) no suscitan la misma hondura. Expresado en reflexivo incluso suena a equivocación: se es. Uno se esmera o se resbala o se duerme, pero cómo podemos entender bien la idea de serse, de permanecer en uno mismo o la de existir sin otra consideración que la matice. Porque ser (voy a borrar el entrecomillado) parece un asunto fácil.


 Ayer, sin ir más lejos, fui. Ahora, mientras escribo y espero la hora de desayunar algo, soy, y mañana, salvo desgracia, Dios la aparte, seré durante el transcurso del generoso día. Hasta se es cuando el ser se permite un receso y duerme. Somos al soñar, somos cuando alguien nos nombra y no escuchamos lo que se dice de nosotros. Tiene ser dificultades que hasta ahora no he visto en los demás verbos con los que me manejo. Me acuerdo de Hegel y de mi instituto. Las palabras, incluso las menos indicadas a la nostalgia, producen viajes al pasado. Eso me está pasando con ser. 


Ha sido pensar en ese verbo y acordarme de mi profesor de Filosofía, Don Francisco. Qué amor le tenía a Hegel. Era grande ese amor y supo confiarnos esa adoración sin tributo en aquellas clases de sana espesura en la que este que suscribe empezó a pensar en Dios y a llevarlo por los bares como asunto de conversación después de jugar al billar o de empinarse cuatro cañas. Hegel (creo recordar) decía que nada se podía saber del ser. Está muy bien eso de escribir libros enteros sobre algo de lo que (de entrada) no se puede saber nada. Lo inefable convertido en área de estudio. La religión es un libro animado por un espíritu parecido. Se cuentan cosas de las que no existen certezas, no hay manera de que las haya. 


El ser es, en esencia, lo que no permite saberse. En lingüística, es la atribución intrínseca, propia y permanente del sujeto gramatical. Eso nos da un respiro ontologico. Si viniera Don Francisco me daría un abrazo. No porque le guste lo escrito, no voy tan lejos, sino porque todavía seamos los dos. Era un hombre cariñoso. Entraba en clase, ponía un montón de libros sobre la mesa y empezaba a contarnos anécdotas sobre los filósofos. A mitad de ese recital novelístico, colaba unas cuantas ideas importantes y nosotros, inocentes, a pesar de la rebeldía propia de la edad, tragábamos de corazón y sentíamos que se nos estaba confiando un material sensible, un conocimiento válido para explorar el mundo y saber afrontar los rigores que nos aguardarían. Quitando a Hegel, no sé quién más habló del ser y de la nada (es posible que Sartre, me suena mucho Sartre, no soy un entendido) y de la esencia y de la dualidad del espíritu y de la carne. 


Con los años, uno aprende a dejar en reserva esos argumentos. No va por ahí con la metafísica bajo el brazo, aunque a veces entra en euforia y filosofa. Qué bonito es filosofar. Yo creo que todos somos filósofos. No importa que no se tenga conciencia de ese oficio, no es relevante que no sepamos qué más cosas dijo Sócrates, aparte del solo sé que no se nada, o Descartes, que iluminó al mundo con el pienso, luego existo (cogito, ergo sum, por si se me olvidan los latines de no usarlos). 


Quieren quitar la Filosofía de los planes de estudio, quieren dejarnos sin esa aventura maravillosa del pensar y del discurrir. Los gobiernos, que casi nunca se ponen en lugar de nadie, creen que el mundo no precisa metafísica. Si sale uno a la calle, si se fija en lo que ve, importan otras cosas, no la filosofía. Hay días enteros en los que no piensas en el ser y en el estar, en la razón por la cual estamos en este mundo o en el porqué del tiempo, que es el verdadero problema de la filosofía. Te acuestas y no te martirizas, prefieres conciliar el sueño plácidamente, piensas en lo bien que te lo has pasado con fulanito o en un primo tuyo a la que haces mucho que no ves o en cómo le irá al Real Madrid si ficha a Haaland o a M’Bappé o a ambos o en si a las orillas del Moldava crece, salvaje, el pelargonium. Por eso los gobiernos no abren mucho la mano en asuntos filosóficos. Es más, la cierran, no llegan a cerrarla del todo, pero se les ve tacaños. Prefieren ampliar el horario de religión en las escuelas, que es un sinsentido con la de cosas que hoy en día deben aprender los muchachos. No hay tiempo para todo, no se puede estirar más, acabará por partirse. 


Mientras que todas estas cosas suceden, nosotros seguimos siendo, permanecemos, duramos, anhelamos, abrazamos, dormimos, fornicamos, paseamos, masticamos, observamos, lloramos, sonreímos y el mundo sigue girando. A lo que no somos ajenos es al ser. El ser lo es todo, todo es ser, todo es de color, como cantaba Triana. Que tengan un buen día. Sean. 


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