9.4.23

La maquinaria del corazón


 La maquinaria del corazón 


Leí una vez que las ideologías nunca resisten la distancia corta, que en cuanto se las escucha de cerca se constata su fragilidad, lo desmontables que son. Los ideólogos vendrían a ser charlatanes de feria, embaucadores lenguaraces, gente de poco fiar a las que se les da bien ver con qué abastecer el roto ajeno. Un arte, si se sabe encauzar y que no lastime el ensamblaje. El entusiasmo primerizo es similar al desencanto posterior. Una vez los conocemos, la ilusión se viene abajo. Están así las cosas, están las ideologías idealizadas, mercantilizadas, esponsorizadas; son objeto de consumo, materia de bazar. Uno es de izquierdas o de derechas, cristiano o ateo, librepensador, republicano, cofrade o nihilista al modo en que es cliente de un gimnasio o bebe gintonics en el pub de moda de su barrio. Eso contrae la certidumbre de que podemos ir de una ideología a otra igual que podemos cambiar de marca de gafas o de marca de deportivas. Se tira de crédito cuando nos engolosina un nuevo producto. Es el producto, el resultado final, el que invariablemente vence. La política, que es el brazo armado de las ideologías, su interventor ejecutivo, es la que pierde en todos estos juegos del ocio capitalista. Todo se ha mercantilizado, a todo se le ha colocado una etiqueta con un precio. El propio gobierno es una extensión (a veces poco fiable) del mercado. La escuela es en ocasiones una franquicia de las leyes de la oferta y la demanda. Deja uno de ser ciudadano y pasa a ser consumidor. Se pueden consumir las ideologías también. De hecho mueven un cantidad más que respetable de dividendos. Hay países enteros que son un parque temático, una especie de supermercado moral. Los políticos son agentes de campo, comerciales con una cartera de clientes a los que convencer de la bondad del producto. Ahora están al caer para su próxima campaña. España es un producto presentable. Unas veces más presentable que otras. Días en los que España es muy presentable incluso, pero abundan los días de la infamia, los días de todos esas estadísticas sobre lo pobres que somos y lo raquíticos que son los sueldos. Creo que no somos buenos clientes. Y el negociado de ventas está intentando que todo vuelva a marchar. Que los escaparates estén resplandecientes y las ventas se disparen. A esa buena noticia la sucederán otras y acabaremos cerrando ejercicios económicos con cifras espléndidas. Seremos felices todos o unos serán más felices que otros. Siempre habrá una ideología que alivie a los desfavorecidos. Otra que consolide la conciencia de los elegidos. A veces son los favorecidos los que las escriben, quienes eligen qué bandera la representará o qué eslogan irá por las calles como si fuese un himno. Además siempre es posible hacer que una ideología vire sobre sí misma y adquiera una musculatura social totalmente nueva, aunque sea la de antes, la fracasada. Que empiece en un ángulo de la política y mute a otro sin que se aprecie en ningún momento la mudanza. Es posible que no experimente transformación alguna por muchos años que pasen. Es lo que se llaman ideas fijas, maneras de ver el mundo que desoyen al mundo mismo. De cada uno de estas extremidades teóricas hay ejemplos como para llenar tardes enteras de conversación en una terraza. Luego tendré una de ellas, pero voy a hablar de fútbol o de metafísica o de amor puro o de las canciones que cantaba Billie Holiday cuando ya tenía el alma rota. Ahí me explayo con más asiento en el corazón. Yo creo que ahí radica la fe en el porvenir y en la armonía de los distintos. Todo esto son impresiones volátiles. Cosas que uno escribe después de un desayuno estupendo. Ahora me voy a las calles.

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