De todas las versiones que se han hecho de la canción de Leonard Cohen de 1984, ésta de Rufus Wainwright, mi favorita, no es la mejor, ni la que ha recibido una aclamación mayor. La versión de Jeff Buckley es más honda, pulsa cuerdas más internas de quien la escucha, así al menos las mias; sin embargo, mi devoción por la pieza no la elige, prefiere reparar en la menos conmovedora de Wainwright, que no es menor y conmueve. Metido en entretenimientos pop o en recreaciones del repertorio de Judy Garland, siempre acaba floreciendo su lado lírico, su amor por las todas las primas donnas del bel canto, su fascinación absoluta por la canción francesa o (sencillamente) por hacer la música que le viene en gana, sin atender a clichés o a imposiciones creativas. Hallelujah, en esta recreación, suena imponentemente. Se adueña de la escena sonora, hace que recalemos en su claridad melódica, en su grandeza también. La voz es perfecta, el tono, el respeto. Esta es la canción absoluta montada sobre la canción absoluta. Versiones que hacen olvidar el original. Hay algunas. Tenga ustedes un buen viernes (santo)
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