28.5.20

Dietario

Acostumbran los dietarios a convidarse de intimidades. No las previstas a veces, las que exhiben con tumulto el interior de quien los escribe, sino otra manifestación más pudorosa, una especie de constatación de la realidad a la que se somete a un tamiz personal. Se puede escribir de cualquier cosa y darle el apresto propio. La inspiración acude cuando una palabra trae a la otra y acuden más y se van abrazando o apartando, considerando cuáles van forzadas, si chirrían o copulan con todo el pudor del mundo o sin ninguno en absoluto. En ocasiones, he pensando seriamente en que la escritura se escriba sola, perdonadme la conveniente redundancia. Incluso entra en lo razonable dispensar al yo, tan fácil ese recurso, el de contar de uno mismo como si algo propio impregnara el aire o fuese de verdad importante lo que se nos ocurre. Apartar al yo pues y explayarse en lo que le circunda, en su periferia privada. Hay en ellos cierta querencia a la digresión  o a ese divagar entre lo filosófico y lo pedestre donde cabe un aforismo metafísico sobre la eternidad o una reflexión mundana sobre la influencia del olor del café en la creación poética. A ratos concurre el tono sombrío; en otros se aprecia la ocurrencia hilarante. Discurre lo escrito a medias entre el ensayo y la confidencia. O entre lo poético y lo real. Dietarios que expresan una voluntad de excedencia de la vida y, al tiempo, paradoja y milagro, se nutren extraordinariamente de ella. Escrituras rotas. Tiene escribir el recado de enhebrar o deshilachar. Por registrar los hechos. Por darles una vida más allá del momento fugaz en que transcurrieron. Así hoy no habría que sacrificar la imagen del sol  al retirarse con morosa decadencia a su confín de oro y la noche ocupó el cielo de Lucena en la azotea de mi casa. Cosas que se perderán como lágrimas en la lluvia (lo dijo un replicante) cuando deje de escribir. Hace unas horas le hice una fotografía a ese prodigioso instante. La idea era colocarla en la cabecera de este texto. Hay imágenes de las que el texto sale como una emanación inevitable y hay textos que buscan una imagen concreta, no otra. Este no requiere apoyo visual. Está el sol. Se oculta con parsimonia. Es un gesto antiguo, pero de pronto sospechas que es nuevo. Algo en la manera en que ha sucedido en esta ocasión te hace tener esa alocada certeza. Como si acabara de empezar todo y fuese su primera retirada. También la noche tuvo arrojos novicios y tuve que quedármela, guardarla ahora para que no se me olvide. 

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