26.3.20

Saber caerse

Hay veces en que uno sabe cómo caer. En otras no hay arbitrio de la voluntad. No hay un conocimiento previo, una decisión que anteceda al hecho mismo de caer. Tampoco es fácil todo lo que viene después. El arte consiste en premeditar la caída, en exponerse de un modo dramatizado, en no dar la impresión de que se improvisa o de que es el azar el que conduce las riendas de la trama. Deberíamos recibir instrucciones a ese respecto. Nadie nos dice la manera en que debemos caer, ni la de levantarnos. Ni la madre en sus consejos a poco de que entremos en la edad adulta: mira, hijo, te voy a contar cómo debes caerte. No hay nada de eso. Lo que cuesta  es levantarse a veces. Es tan costoso ponerse en pie que no duele la caída, sino la obligación de venirse luego arriba. Por los demás, por uno mismo, por cualquier causa que se nos ocurra, pero es lo correcto. Una vez caído, qué hacer, cómo organizar la rutina de las cosas. Abajo todo es feo, eso lo sabe cualquiera que haya estado tirado, quién no lo ha estado. Un rato o mucho. Gente que ha estado siempre abajo. Cayeron una vez y no se les conminó a izarse, se les vio bien desde arriba. Parece una pequeña historia de las clases sociales, pero no era esa la intención. No al principio, al menos, me estoy aclarando mientras escribo. No hay libros que ayuden. Sería suficiente un prontuario sobre modos de caer, un artículo en uno de esos suplementos dominicales o una conferencia en unas jornadas organizadas por un mutua de seguros. También sobre qué hacer tras darse contra el suelo. Caerse, levantarse. Volver a caer, levantarse de nuevo. Ese feliz bucle. 

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