Siempre hubo mansos, ese gremio fácilmente contentable de gente que no pide mucho a la vida, o se lo piden todo y no tiene reparos en guardarse la ética (si es que la tienen) con tal de medrar y no pasar calamidades. Está muy extendida la figura de que lo principal es ser feliz y todo eso, aunque a veces no basta y haya que mojarse. Es un verbo mal usado mojarse. En cuanto se nos pide que nos mojemos, quedamos en evidencia, no se nos envalentona el pie, no tenemos arrestos fáciles y caemos en tentativas sencillas, en medias tintas (se dice así), todo por no etiquetarnos en demasía, por no delatarnos mucho, por dejar el mundo correr, eso decía mi abuela. Al fin y al cabo, no es nuestra fiesta, no la hemos convocado nosotros, pero acaba uno comprendiendo que hay solo una fiesta y es nuestra, nos incumbe, todo lo que sucede en ella es cosa nuestra, por más que parezca ajena y no sepamos quién eligió las canciones o quién infló los globos. Estamos muy acostumbrados a que alrededor nuestra suceda el caos y nos creemos a salvo cuando abrimos la puerta de casa y nos ponemos ropa cómoda frente al televisor. Es un vicio extendido, una especie de recogimiento saludable. Encapsularse, le llaman. Lo que hacemos frente a la brutalidad que nos circunda es precavernos, atrincherarnos, levantar una empalizada y acuartelarnos detrás. Lo real es una ficción; la ficción se hace real. Algo así. De ahí que sintamos esa distancia protectora cuando asistimos a un conflicto y dudamos entre si participar o echarnos al lado. Habrá ocasiones en que no se piense siquiera, sino que se abalance uno y la decisión de actuar la tome el instinto y así podamos decir a la pareja del súper que se calme. A él, por ejemplo, que no le grite. A ella, que no permita que le grite. A los dos que se esmeren en la elección del queso y se besen cuando den con el adecuado. No sé, asuntos que no requieren una elaboración intelectual excesiva, que tan solo precisan un empeño del corazón, ni siquiera uno de un tamaño desmesurado.
11.3.20
Mojarse
Siempre hubo mansos, ese gremio fácilmente contentable de gente que no pide mucho a la vida, o se lo piden todo y no tiene reparos en guardarse la ética (si es que la tienen) con tal de medrar y no pasar calamidades. Está muy extendida la figura de que lo principal es ser feliz y todo eso, aunque a veces no basta y haya que mojarse. Es un verbo mal usado mojarse. En cuanto se nos pide que nos mojemos, quedamos en evidencia, no se nos envalentona el pie, no tenemos arrestos fáciles y caemos en tentativas sencillas, en medias tintas (se dice así), todo por no etiquetarnos en demasía, por no delatarnos mucho, por dejar el mundo correr, eso decía mi abuela. Al fin y al cabo, no es nuestra fiesta, no la hemos convocado nosotros, pero acaba uno comprendiendo que hay solo una fiesta y es nuestra, nos incumbe, todo lo que sucede en ella es cosa nuestra, por más que parezca ajena y no sepamos quién eligió las canciones o quién infló los globos. Estamos muy acostumbrados a que alrededor nuestra suceda el caos y nos creemos a salvo cuando abrimos la puerta de casa y nos ponemos ropa cómoda frente al televisor. Es un vicio extendido, una especie de recogimiento saludable. Encapsularse, le llaman. Lo que hacemos frente a la brutalidad que nos circunda es precavernos, atrincherarnos, levantar una empalizada y acuartelarnos detrás. Lo real es una ficción; la ficción se hace real. Algo así. De ahí que sintamos esa distancia protectora cuando asistimos a un conflicto y dudamos entre si participar o echarnos al lado. Habrá ocasiones en que no se piense siquiera, sino que se abalance uno y la decisión de actuar la tome el instinto y así podamos decir a la pareja del súper que se calme. A él, por ejemplo, que no le grite. A ella, que no permita que le grite. A los dos que se esmeren en la elección del queso y se besen cuando den con el adecuado. No sé, asuntos que no requieren una elaboración intelectual excesiva, que tan solo precisan un empeño del corazón, ni siquiera uno de un tamaño desmesurado.
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Amy
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1 comentario:
Hay parejas que acostumbran a tratarse mal. Un saludo
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