21.7.25

Teselas

 A mi amigo Pedro le fascina la palabra tesela. Me lo dijo una vez y me he acordado hoy. No siempre tiene uno memoria, es el olvido el que ejecuta su oficio con más dolorosa (a veces) eficacia. Hay palabras que dicen más de uno mismo que parlamentos enteros. Por eso las pronunciamos con una especie de pudor. Como si revelasen de nosotros lo que no conviene. Como si abrieran un secreto o dejasen todas las puertas del alma abiertas y dejásemos que la realidad las rebasase. Palabras que tutelamos como tesoros. Quizá no tengamos otros. Somos las palabras con las que descerrajamos el himen fiero de lo real, que no se sabe bien qué es. Como cuando de niño descubres un juego y lo conviertes en el centro del mundo. Así son las palabras. Las hay que te poseen y hacen que todo gire alrededor de ellas. Sucede, aunque no te percates. El poeta tiene conciencia de las palabras. Sabe qué peajes exigen, conoce el veneno dulce que apresan. La vida duele, las palabras duelen, pero alivian, sanan, hacen que el trayecto sea vivido. 


Escribo esto en el patio de mi casa escuchando a Nina Simone. La felicidad viene de las palabras, de las historias que las palabras van trenzando. Cuando las escuchamos, si estamos de verdad atentos y nos cautivan enteramente, se interrumpe el dolor, se vacía el caudal del daño que nos produce. No es un cese completo. El dolor vuelve siempre. Lo que importa es la voluntad de administrarlo. Y lamentablemente no siempre sucede, no es posible en cualquier circunstancia gobernar lo que nos rebaja. Tampoco en eso estamos educados. En aceptar las inconveniencias, en consentir que la vida vaya en serio, como decía el poeta, y nos zarandee y malogre todo lo bueno a lo que aspiramos. Creo que me toca. Le diré al doctor cuando lo vea, habrá que ir un día para que tal me comporto, que he sido un niño bueno y me he tomado todas mis pastillas. Me dirá que no habrán sido suficientes. No podré, como hacía magistralmente Berlanga, colar en la conversación la palabra austrohúngaro. No vendrá al caso. No sabré calzarla bien entre las demás palabras. Ni tesela, Pedro, ni tesela, pero qué bonita es. 

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