31.7.25

En un cuadro de Turner

 



Está la tarde sin amparo y hace un frío que parece medirse en las luces que declinan. En una hora caerá con timidez la noche y se clausurará el azul ahora espléndido del cielo que fue gris y dio lluvia esta mañana. De eso hace mucho tiempo. De todo hace mucho tiempo. Sin embargo, de mí, que escribo y no leo lo que escribo, no hace tanto. El tiempo es un instrumento de la luz, un algoritmo ciego, un arcano que va de lo oscuro a lo oscuro, un acta de sombras y de fugas. Acuden las palabras que no gobierno, todas las palabras, las clandestinas, las secretas, las que prorrumpen a su antojadizo capricho, izadas sin intención de bandera, tan solo ofrecidas a la manera en que se ofrece el cuerpo cuando ama o cuando anhela que se le ame. El cuerpo es una letra de un alfabeto infinito que apenas usamos. Estamos al cuidado de invisibles brazos, nos mecen, nos acunan sin que exista percepción de ese arrimo tierno y vivifico. El alto cielo azul o negro o gris con su impredecible paisaje tutela el paso. Cae la noche con parsimonia, con morosa voluntad de hacerse querer, con incertidumbre. Todas las noches son la misma primeriza noche. Todas las palabras, la palabra primera. Está por empezar la luz. Se la escucha mordisquear el aire. 

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