28.10.24

El infinito


   Fotografía: Robert Frank

 De huir se sabe que importa menos el lugar al que se va que el dejado atrás. A veces de lo que se huye es de uno mismo y se cree que daremos con lo que sea que busquemos si de verdad lo deseamos. Una vez que se ha comenzado a huir cuesta decidir cuándo parar. Hay quien no ha hecho otra cosa que huir. Entra en lo posible que ni sepa que es eso lo que hace o que ni se le ocurra pensar en que el azar o el empeño satisfagan la restitución de un destino. Es el afán de seguir lo que cuenta, ese alado propósito. Huimos de la muerte, aunque nadie rescinda ese compromiso con ella. Ni hay un plan de alguien para malograr tu fuga. Las más de las veces es invisible. Se está bien mientras se huye, no hay otra empresa que se desempeñe con más determinación. Se parece huir a vivir. La misma sangre festeja este anhelo. El mismo cuerpo exhibe con orgullo las prendas del desgaste. Hay que huir antes de que el hambre sea lo mismo que el invierno y la piel se duela por el viento y por el frío. Hay que enhebrar la luz en la obscena acometida de la sangre. Era sed y un caudal de fuego apresurado la sangre. Ella carece de lenguaje. Descendemos a su diálogo sin brújula con el pudor de la luz cuando irrumpe, aunque luego todo es clamor. El que huye aprecia con mayor fulgor la claridad del aire. Vano esplendor, vértigo hueco, hambre ebria. Está a medio hacer el cielo, se ven las costuras, se las oyen crujir como un corazón que ha renunciado al latido y se rompe despacio y no gime. Se tarda la vida entera en descubrir que el corazón no era la causa ni el centro. Es el anhelo de infinito lo que hace que andemos o que corramos. Hay que aspirar a lo eterno. El corazón y la sangre ignoran la metafísica, pero el alma sabe de sus primores. El dulce vino del tiempo es el único sabor que reconoce la lengua. Un poeta es alguien que huye más lentamente que los demás. Se les reconoce porque parece que ni huyan. La poesía es el testimonio de la gratitud del camino.


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