9.8.20

Bosquianadas XII / El jardín de las delicias

Hoy me he levantado con el ánimo extrovertido y me he puesto mantequilla en la tostada, aunque no la tenga prescrita como alimento recomendable. Es de buena marca y huele de maravilla al untarla sobre el pan. Para una vez que me salto las instrucciones calóricas prefiero no quedarme corto e ir al cum laude del exceso. No he encendido la televisión para no saber nada del rey emérito ni del Coronavirus. Se está mejor sin saber, lo he pensado muchas veces. El conocimiento dará las alas que prometen los eslóganes, pero siempre nos pasa como a Ícaro: el sol está cerca y volamos a ciegas, sin saber medir las distancias. Ni cerca del mar (que mojaría las alas) ni del alto cielo (que acabaría derritiéndolas). Dédalo tendría que ir escuela por escuela. Tener uno a mano que nos aconseje cuando creamos estar cometiendo alguna infracción o cuando haya evidencias de que no hemos sabido circular con la debida asepsia sanitaria. Porque no vamos a dejar de volar, intuyo, aunque el sol amenace la integridad del vuelo. El ámbito de la escuela es el más natural para ejercer esas maniobras aéreas. Piensen en cuando eran niños, en la bendita inmensidad del aire y del suelo, en la posibilidad de sentirse ingrávidos e invencibles. Imaginen que los confinan de verdad: no un aislamiento casero, sino exterior, ocupando las calles y los parques y la escuela. Porque eso es ir con la mascarilla, que es un paso previo a que se nos encapsule de pies a cabeza y nos dejen un intercomunicador con el que hablar. Vida insular la que se avecina, por mucho que unas estadísticas (las más optimistas) insistan en que no estamos como al principio y otras (las más cenizas) difundan la proximidad del nuevo confinamiento y la debacle completa del ecosistema social y económico (el asunto de la salud parece a veces una extensión de esos dos primeros, cuando debía ser al contrario). Así que nada de ánimo extrovertido. Lo del exilio del emérito es frivolidad apetecible, por más que algunos (aburridos) crean que habrá un advenimiento de las repúblicas infames del mapamundi. Lo que no es frívolo es que las discotecas chapen a las tantas (como si el virus tuviera un horario y no fuese dañino a ciertas horas) o que el aforo de los recintos vulnere con extraordinaria frecuencia las recomendaciones. Tal vez no seamos capaces de obedecer las normas si no es con la amonestación que sangre nuestro bolsillo. La economía es la única palabra a la que tomamos completamente en serio. Todo lo demás es una incidencia anecdótica, un episodio sin trascendencia. Así estamos. Ese es el estado anímico de la sociedad después de casi seis meses de pandemia. No vale que la palabra "brote" se haya alimentado de un prefijo y sugiera que no hemos escarmentado y vamos a una segunda parte de la historia. No tuvimos bastante con la primera. Volveremos a dar clase delante una pantalla. Cerrarán los comercios que todavía no han cerrado. Se vaciarán los parques. Saldrá en la tele Fernando Simón en cada parte informativo con las matemáticas del miedo. Nos confinarán otra vez, nos aislarán de nuevo. Abrirán las escuelas y se cerrarán al poco. Seguimos pensando que podemos volar, pero el sol está a ras de tierra. Menos mal que la mantequilla estaba exquisita sobre el pan caliente. Luego habrá quien venga y diga que frivolizo y me tomo a chacota lo serio. 

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