21.1.20

Dibucedario de Ramón Besonías 2020 / 16 / Orson Welles




Orson Welles es el hombre que lo quería hacer todo. Su vida fue la de todos los hombres. Era un arquetipo del hombre que concibió su idolatrado Shakespeare. Nada humano le era ajeno, ninguna manifestación del alma escapaba de su escrutinio artístico. Era también un creador total, una especie de instrumentista múltiple que no permite que ningún músico colabore en su obra, un demiurgo voraz y perseverante. Como el cine es un oficio alambicado, tuvo que delegar en otros, pero el espíritu de su criterio resplandecía siempre. Esa circunstancia malogró sus planes. Muchas veces, además. El genio tuvo que condescender a la mediocridad, se rebajó a trabajos infames, rodó sin descanso, actuó sin desmayo, escribió sin flaqueza. Hizo obras absolutas, antológicas, expresión del arte que mejor cuadraba a su visión total del hecho estético: el cine. Arruinado y errático, dejó su país y emprendió aventuras en Europa de las que no siempre salió indemne. El problema no era hacer mal cine, sino no poder incurrir en el vicio de hacer mal cine, si eso le permitía la posibilidad de hacer una gran película.Hay, por el contrario, decenas de proyectos abandonados, fracasos de los que solía ser el casi único responsable. Había empresas que le acompañaron durante décadas (El Quijote) y pequeñas incursiones de carácter alimenticio en las que picoteaba para sacar dinero con el que financiar sus sueños. Es justa esa palabra: Welles fue un soñador. No dejó de fantasear con la idea de hacer películas perfectas. Le devoraba la ambición, le consumía la pretensión de convertir en imágenes lo que bosquejaba su inagotable y febril inteligencia. 

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