6.10.25

Nada ha empezado enteramente todavía

 


 De qué callada manera obran los años, con qué artera astucia nos zahieren, debilitan, pero uno admira la tragedia en el fondo, la sensación (a veces huidiza) de que todo nos incumbe o que todo ha sido hecho para nuestro exclusiva atención, incluso morir y ver morir a los que amamos. Así leo esta mañana unos versos de José Ángel Valente y pienso en el poeta ensimismado en sus trajines, en algún retiro doméstico, a salvo de la realidad o inapelablemente dentro de ella, escribiendo en un hueco, en un descuido, en una mesa vieja, en un patio con sombra, después de tender la ropa o hacer la cama, escribiendo para que yo me levante esta mañana de sábado y lea en el tiempo  que me permite la rutina de la mañana, habiendo ya recogido la ropa del tendedero, hecho la cama y fregado los platos del almuerzo. Leemos las vidas que no son nuestras, el pensar de los demás, los sueños de otros. Los nuestros no satisfacen enteramente. De ninguno sabemos la trama que ocuparon. He intentado en vano rasgar esa tela también huidiza, la de los sueños, la del mío de esta noche. Había torres y un río caudaloso y un coro de niños en un alto, no consigo aprehender nada más, se me escapa, es posible que no regrese nunca, aunque imagino que los sueños se guardan en algún lugar, están ahí por si en alguna ocasión una brizna de fuego los prende y hacen festivo acto de presencia y nos cuentan su historia. Será caótica, como debe ser, alocada, pero es la nuestra. Fuimos nosotros los que los construimos. Mientras, en el paseo de la costumbre, acudimos a lo que los demás urdieron para explicarse el mundo. De una forma maravillosa somos todas las historias que nos han contado. Eso nos hace no ser saqueados del todo, no sentirnos vulnerados cuando el tiempo nos arrebata la posibilidad de que nada haya empezado enteramente todavía y el futuro, esa abstracción, no sea nada más que un presente elongado, una especie de extensión fiable del flaco hoy.

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