Fotografía / Robert Doisneau
Hoy en día tenemos todo tan al alcance de la mano que hemos perdido el placer de mirar, de contemplar cosas que no podemos poseer, de sentir el hechizo del anhelo, no la inminencia de la propiedad. Los escaparates son otra cosa distinta a lo que fueron. Recuerdo haberme quedado prendado contemplando juguetes cuando un juguete era el centro del mundo y yo estaba absolutamente entusiasmado por la elocuencia limpia del juego. Los niños de ahora, cierto tipo de niños de ahora, no pondrán jamás esta cara delante de unos caballos de madera o unos sencillísimos adornos navideños. Hemos perdido el amor a los caballos de madera, hemos olvidado el deseo. Ahora todo se gobierna por la inmediatez, por el tener sin saber qué se tiene. Estamos instalados en la velocidad. La muerte nos sorprenderá entre una pantalla y otra. Se nos caerá el móvil de las manos. Él dirá a qué jugábamos.

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