Quizá no se fracase en lo que no se desea tener éxito.
Que las cosas que nos importan verdaderamente no son las que hacemos de forma impuesta.
Que hay mañanas en las que solo deseamos apostar el cuerpo en una sombra de un jardín y fatigar la mañana con un libro.
Que los días andan persiguiéndose y los hay limpios y también ásperos y fatales.
Que las noches nos hacen pensar en lo que somos, en lo que hemos hecho y en lo que podemos hacer todavía antes de que se cancele la trama.
Que amamos porque estamos hechos para amar, aunque haya quien desoiga el corazón y se envenene con cualquier cosa y a todo le ponga obstáculo y cárcel.
Que la memoria es lo que único que tenemos y, aún así, no podemos fiarnos de ella, ni confiar en que restituya con esmero lo que ya no es posible que regrese.
Que hay momentos en la vida en los que te sientes inconsolablemente feliz, en armonía con los cosmos y con todos los dioses y que, al ser preguntado, cuando te piden que expliques la razón de esa felicidad absoluta, no sabes expresarla con palabras, ni con gestos: tan solo la posees, únicamente tienes la certeza de que te ha pertenecido durante una brizna maravillosa de tiempo.
Que se tienen amigos para no estar sólo cuando el alma se viene abajo o cuando está muy arriba.
Que la poesía explica el mundo más que los algoritmos de la ciencia.
Que la belleza, que es amor tangible, es lo único que verdaderamente merece la pena en este mundo y es convulsa o no es belleza.
Que la filosofía es el asidero de los que preferimos las preguntas a las respuestas.
Que la cultura exige constancia y que los demonios que la apartan tienen los brazos fuertes y el gesto hosco.
Que en ocasiones uno desea ser otro, ser otro sin permanencia, un poco traviesamente, aunque sea para observarnos a nosotros mismos desde el afuera que nunca se nos concede.
Que no es posible conocer a nadie, ni siquiera a quienes amamos y que ese desconocimiento está bien.
Que uno mismo es un secreto. Que en esa tesitura, cómo pedir ir más allá, cómo creer que podemos tener de los otros una idea más firme de la que tenemos de nosotros mismos.
Que fascina lo furtivo y lo turbio.
Que el bien es un material excesivamente sensible y propenso a la mediocridad.
Que el mal ocupa más páginas en los libros y en los sueños.
Que vivir es ir administrando los venenos que se nos ponen a mano.
Que la religión es una rama de la literatura fantástica, pero no la más lúdica.
Que se hace uno a todo y en todo encuentra consuelo.
Que las palabras nos cuidan y abrazan y escribimos un libro a diario y sin saberlo.
Que nos tiramos la vida entera manejando ese diccionario secreto sin dominarlo satisfactoriamente nunca.
Que duele más el corazón cuando lo ignoran que cuando lo hieren.
Que levantarse y ponerse uno a escribir hace que el día fluya mejor, brille más, dure más incluso.
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