27.9.25

Gramática del pozo

 Cada hígado es un mundo. Tanto es así que puedes llegar a ser un foie. El aforismo, admito que no el más feliz de los posibles, lo hicimos Antonio Sánchez, José Garrido y un servidor sin saber que estábamos haciendo un aforismo. Cada uno dio un matiz. La idea trajo las palabras o ya ellas mismas, las sobrevenidas palabras, acogían con rotundidad al deslumbre de la idea. No hace falta ahora (tampoco sé si podría) extenderme más en todas esas maquinaciones del numen. Yo me he limitado a ordenarlas y darles un registro. Hay novelas de mil páginas que requieren únicamente de una intendencia singular, precisan tan solo de la comparecencia de un obrador solitario que maneje a su antojadizo capricho el fluir de la trama. En ocasiones, sucede una especie de revelación a la que no se debería hacer censura alguna. No sobra ni falta palabra alguna: "Cada hígado es un mundo". Podríamos añadir idéntico despliegue de concisión (permítanme el atrevimiento) al corazón o a los pulmones. Hay órganos que merecen una bibliografía aparte. El hígado ha sido contenido: no tiene el pedigrí de otras partes de más noble y entero fuste. Conocí gente que se malogró por no cuidarlo. También (con mayor empeño) a quienes descuidaron ese corazón o esos pulmones: amaron mucho o no amaron nada, fumaron hasta que el humo les entenebreció la carne. 

Baltasar Gracián escribió, y hoy recoge en su rinconcito maravilloso José Luis Morante: "El que ha satisfecho su sed da la espalda al pozo". Es de la sed el pozo, suya su hondura etérea, su cuerpo siempre seco  El hígado es un órgano frágil. Se le zahiere al prolongar más de la cuenta la ingesta de alcoholes, qué les voy a decir. Un tío mío murió de cirrosis, llegó a beberse la colonia del cuarto de baño. Era yo pequeño, no supe de esa afición en primera persona, pero me la creo. Tenía la cara amarilla, eso recuerdo. Un día antes de que yo tuviera un examen de latín me dijeron que había fallecido. Creo que suspendí. Mi tío me regaló un atlas, recuerdo también. Todavía lo tengo. Aprendí los ríos y las montañas, sentí volar mi cabeza por valles y por fiordos. Las primeras palabras impresas de nuestro bendito idioma estaban en ese libro majestuoso y extraño. Supe que el Nilo era un río que serpenteaba por África. Y lo más curioso es que vi la serpiente antes que al propio río. El cuerpo también es un mapa. Posee su secreta y su visible orografía. Hay fosas abisales, hay cráteres, hay bosques a los que asedia el fuego, todos los fuegos. 

No sabemos cómo cuidar el cuerpo. No se nos ha instruido. Qué decir del alma. Ella tiene extensos y cuidados volúmenes en las baldas de la memoria del hombre. La filosofía es una disciplina del intelecto que se persona para proceder con una intendencia fiable, pero no lo es. Incluso cabría esperar que no se la comprenda y se porfíe en asedios livianos. El instrumental es ineficaz. Como agua a la que se pretende retener y da con resquicios por donde fugarse. No podemos proceder con estricto empeño, decir cosas cabales, no dejar una puerta abierta por la que se escape la elocuencia o la sensibilidad o la razón. Las palabras son el severo brocal, la vertical seducción de la tierra y la sed infinita. 

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