9.9.21

Dietario 189

Hay prejuicios de los que no tenemos conciencia hasta que irrumpe con entusiasmo la aceptación de lo que no cundió en su momento y, por una u otra razón, apartamos, no dimos el afecto necesario o hasta lo repudiamos sin cuartel, conjurados a situarnos combativamente incluso frente a ellos, no a su lado. Esa beligerancia nos agradaba. No me gusta la ópera o no me gusta la poesía, podría decirse, pero un día descubres Turandot  y cantas en la ducha (con horroroso empeño) Nessum Dorma o alguien te muestra la musicalidad de Ruben Darío y te vuelves azul y alejandrino al instante. Un amigo me refirió la felicidad que le embargó cuando descubrió el cine marginal, decía él, así que abandonó el circuito comercial y buscó la manera de ponerse al día en la cinematografía iraní o japonesa, alejadas de la costumbre (maravillosa ella, por otra parte) de no dejar pasar todas las novedades de Hollywood o europeas. Esa novedad lo rejuveneció. Creyó volver al tiempo en que todo estaba por ver y el hambre de estímulos impedía que el tedio o la rutina lastimaran su entera capacidad de asombro. El hecho de elegir es a veces traicionero. Se le da una consideración trascendente y, al tiempo, alienta la idea de que lo no elegido no va a satisfacernos. No sé quién escribió que cuánto más exigente es uno, menos posibilidades tiene de disfrutar. Yo sólo escucho clásica, decía con engolado orgullo M. A. Bueno, algo de los Beatles, Serrat, y Louis Armstrong hay en casa, por si las visitas no se entusiasman con Beethoven. Hacia mí tenía la deferencia de preguntar qué deseaba escuchar. No tendrás nada de Queen, le preguntaría, no sé ahora. No soporto a ese Mercury dándoselas de cantante de ópera, podría contestar. M. tenía buena intención. Habrás escuchado la Titán de Mahler en la versión de Bernstein, Emilio, preguntaría. O era una afirmación. Lo que cuenta la bondad de las novedades. Son ellas las que nos mantienen vivos. 

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